Leo en el FT Weekend de este mes una carta, magnífica, titulada “Un donante irlandés de riñón aprende a amar a los ingleses”. El dublinés Chris Fitzpatrick cuenta que hace años dio un riñón en Belfast (porque en aquel momento las donaciones no dirigidas y altruistas no estaban disponibles en Irlanda), “a un receptor anónimo, que más tarde descubrí que era londinense”. El donante incluso llegó a escribir un poema que empieza con “hay una parte de mí que será para siempre de Inglaterra”. Fitzpatrick se dio cuenta de que, más allá de una parte de su anatomía trasplantada, hay una parte de su realidad que es británica. Una parte cultural. Fuertísima. Y enumera cosas –deliciosas para él– como la música popular o su amor por el Manchester United.
Fitzpatrick es tan extraordinario que concluye que “sea lo que sea lo que depare el futuro, llevarnos bien con nuestros vecinos y darnos cuenta de que tenemos tanto una identidad nacional como una identidad común compartida es para mí mucho más importante que la existencia de la frontera o un referéndum sobre la unificación irlandesa”.
Pienso que este texto de opinión que escribo no habla, ahora, ni de anatomía ni de geografía humana o política. De lo que aquí estamos hablando es de aquello que nos une. Unión en la dispersión. Armonía en lugar de confrontación. Congregar en lugar de dispersar. Aprender en lugar de embrutecer. Entender para avanzar. Aceptar para convivir.
Cada buen libro que leo me da un órgano de su autor o autora y me hace, al leerlo, una persona que se abre a otras culturas
Ahora que una parte del mundo se empeña en practicar, siempre con renovada ferocidad, el intentar apartarnos, cada vez más, a los unos de los otros, hay que defender lo común. Es el momento de donar órganos, no solo físicos. La cultura nos permite entregar algo que es esencial y cuya entrega no empobrece a quien la da. Celebrar lo bueno y admirable que tengan “los otros” es una forma de admirar. Buscar con mirada limpia aquello que podamos incorporar y hacerlo nuestro; lo que nos viene regalado por los otros. Descubrir.
Cada buen libro que leo me da un órgano de su autor o autora y me hace, al leerlo, una persona que se abre a otras culturas. Me pasa con la música, con el cine, con el teatro y con las conversaciones. Me pasa con la pintura. Es imposible no amar a Italia y la pintura de Rafael. Y toda la dureza de la realidad nunca podrá borrar la grandeza y la bondad de leer a Chéjov. Termino de leer El mago del Kremlin y estoy fascinado, porque entiendo un poco mejor lo incomprensible.
Leer y –en sentido físico o figurado– donar órganos. Abrir puertas y no cerrarlas tras nuestro paso. Así debería ser vivir: dar sin esperar. Recibir agradeciendo.
