Las buenas noticias

Hoy, las buenas noticias en política son todas aquellas que le van mal a los adversarios. Si Isabel Díaz Ayuso comete un error político, es una buena noticia para la oposición, del mismo modo que lo es para el PP si lo comete Pedro Sánchez. La posibilidad de un acuerdo de paz para acabar con la guerra en Gaza es, para la mayoría de partidos españoles, una excelente noticia; sin embargo, para otros, se trata de una pésima propuesta. Los presuntos casos de corrupción que afectan o pueden afectar al PSOE o al PP se celebran como si fueran derrotas deportivas de sus principales competidores en la lucha por el poder: derrotas­ ajenas se convierten en excelentes e inmejorables noticias para los intereses propios, que generan un efecto de euforia­ incomprensible a sus portavoces políticos.

Vista de la manifestación de este sábado en Madrid por una vivienda digna.

  

Dani Duch

Lo preocupante de la actual situación política, en la que los partidos se alegran de los infortunios de sus oponentes, es que esta actitud ha terminado por contagiar a muchos ciudadanos, arrastrados por el ejemplo público de sus representantes, hasta celebrar como buenas noticias acontecimientos que en realidad no lo son. La situación ha llegado a tal extremo que incluso hay quienes se alegran de que un inmigrante cometa un delito, con el único propósito de erosionar la posición de quienes defienden el papel positivo de la inmigración en la sociedad española.

Alegrarse del mal ajeno en política conduce a la sociedad al pesimismo, al cinismo y a una visión vengativa del adversario

No hace mucho tiempo, las buenas noticias eran aquellas que beneficiaban a la mayoría de la población; las que mostraban, por ejemplo, la capacidad de superación de una persona o un colectivo ante una situación adversa que lograba vencer y superar. Las buenas noticias eran informaciones alentadoras, esperanzadoras, positivas; noticias que causaban alivio, alegría, y nos recordaban que el futuro no está cerrado, que existe la esperanza de un porvenir mejor.

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El peligro de deformar, destruir y socavar el sentido real de lo que son las buenas noticias es que se erosiona el espacio de lo común, de todo aquello que beneficia al conjunto de la sociedad. Alegrarse del mal ajeno en política conduce a la sociedad al pesimismo, al cinismo y a una visión vengativa del adversario, ahora convertido en enemigo. Esta forma de proceder está cambiando la naturaleza de lo que entendemos por buena noticia: para serlo ahora, debe ser mala para los demás y, consecuentemente, buena para los intereses propios. Así, se avanza hacia el poder, no a través de propuestas o iniciativas, sino esperando y celebrando que el otro cometa más errores o malas actuaciones.

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