Una mujer y un hombre discuten en una cafetería de mi barrio si el presidente de EE.UU. funciona por impulsos o tiene un plan. Como si les fuera la vida en ello. El último discurso que dio el líder en la ONU ha disparado el desconcierto mundial. En esta pequeña cafetería, al otro lado del mar, la discusión sube de temperatura, casi a los gritos, con una extraña desesperación, como si el futuro de la civilización dependiera de las conclusiones de esta mesa, entre tostadas y cafés.
Después de escuchar agazapada en la barra los argumentos de la pareja, no sé si me parece más peligroso que el líder se mueva a golpe de emociones, como sostiene ella, o al dictado de frías estrategias, como cree él. Puede que ambos tengan razón: quizás este presidente funciona por impulsos y a la vez tiene un plan.
Muchos de los que votaron trumpismo están ya afectados por sus políticas o amenazas
Pero la discusión toma una deriva existencialista. El dilema ahora es si ese hombre es un idiota, o al revés. La mujer dice que nunca un idiota tuvo tanto foco. El hombre grita que es temerario subestimarlo, que se trata de una mente poderosa. Pienso si no deberíamos aclarar de qué hablamos cuando hablamos de idiotez. O de inteligencia. Esta cafetería es un pozo de incógnitas. ¿Es idiota o inteligente lograr objetivos egoístas? ¿Hay una relación entre la ética y la inteligencia? ¿Cuál? ¿Entre la ética y la idiotez? ¿Vamos a seguir perdiendo el tiempo con estas divagaciones, como si el peligro fuera una entelequia lejana? ¿Y qué otra cosa podríamos hacer nosotras?
Esperemos que la ciudadanía de EE.UU. esté a tiempo de revertir democráticamente esta locura. Muchas de las personas que votaron trumpismo están ya afectadas directamente por sus políticas o amenazas. El mundo que desean el presidente y su corte se revela diminuto. Un guisante. Un lugar para cuatro gatos. No pueden ser tantos los votantes blancos, altos, heterosexuales bien machos, que además no tienen por ahí un sobrino gordo, melenudo o transexual. No habrá tanta gente sin un amigo inmigrante o una hija sin más, sencillamente mujer, por la que sienta respeto. Después del discurso del secretario de Guerra, y todo lo demás, ¿cuántos hijos de inmigrantes que forman los ejércitos están dispuestos a someterse? El mundo que diseña la élite que gobierna EE.UU. se revela cada día más y más pequeñito. Eso nos podría salvar.
