Ya sea en una favela brasileña, en un aislado poblado africano, en lo que queda de la Gaza mártir, en las ruinas de Afganistán, en India… en pueblos y extraños parajes casi al borde del horizonte, allí, donde los niños y adolescentes juegan a la pelota aunque sea de trapo, con sus sonrisas ingenuas, con sus ilusiones aplazadas, alguno lleva seguro una camiseta del Barça. Entre la montonera de chavales, un chispazo azulgrana.
Esto de la camiseta del Barça es casi un asunto paranormal. ¿Cómo y cuándo ha llegado hasta esos rincones? ¿Saben esos críos lo que llevan puesto? ¿Conocen su significado y lo que representa? Una imagen parecida a aquellas antiguas fotos de grupo en que algo o alguien se aparece por detrás y destaca. Igual que ese muchacho de Gambia de dientes blanquísimos que resalta entre los suyos con la camiseta azulgrana y quizá algún número, algún nombre o solo el escudo o el logo del patrocinador que entonces toque. Y quién sabe si esa prenda no ha sido confeccionada por otros chavales como él en algún lugar remoto. Eso: quién sabe.
Un toque de diseño entre los harapos, las rozaduras en las rodillas, los pies mal calzados o descalzos. Esos niños lejanos con sus juegos y sus camisetas son un paréntesis de no se sabe qué. Como una figura fuera de su paisaje. La solemnidad deliberadamente reglamentada de los estadios, contrapuesta a los peloteos sobre el polvo o el asfalto de los barrios desprotegidos. El dineral de los que usan la camiseta por profesión, y la ilusión de esos críos que quizá, casi seguro, no conozcan la simbología y el significado y la pasión de su querida prenda. Pasión culé.
La camiseta del Barça es un asunto multirracial e interclasista en su uso y disfrute
La camiseta del Barça es un asunto multirracial e interclasista en su uso y disfrute. ¡Vaya!, que es como una epidemia benigna: está por todas partes. Hablo, claro, de los colores de toda la vida, no de esas ferocidades del Pantone que dicen que son de primera, segunda o tercera equipación. Una horterada. El peaje al merchandising. Para más gasto, un modelo por temporada.
Y pongamos por caso, y ya me entenderán, que si uno es socio, fiel seguidor, portero de los de picar abonos, peñista, miembro de la junta directiva o presidente del Barça, por fuerza deberá conmoverse al ver sus colores vistiendo a nenes y adolescentes. Probablemente niños sometidos a un cansancio prematuro. Probablemente algunos llegados en patera. Alguno con la camiseta del Barça como única pertenencia. O casi. Y digo yo: ¿no sería preciso todo un detalle de solidaridad para con estos usuarios anónimos por parte del propietario de los colores?
En ocasiones, los gestos simbólicos son el preludio de un ejemplo, quizá de un cambio. Quizá de más ternura.
