Resulta paradójico advertir que vivimos un momento de la historia en el que la especie humana está en peligro por los desastres naturales, las pandemias, las guerras, el avance imparable de la inteligencia artificial sobre la toma de decisiones humanas, al mismo tiempo que se alimenta y crece el imperativo de retornar al patriotismo, a la defensa a ultranza de la patria para cerrar fronteras, aumentar el presupuesto en armamento, expulsar a los inmigrantes y decidir cuáles son los amigos y los enemigos del Estado. La consecuencia directa de esta visión es que se considera necesario volver a un Estado fuerte para solucionar todos los problemas y lograr así que los ciudadanos dejen de sentirse vulnerables, confiando en la creación de un Estado capaz de fortificarse y amurallarse para impedir la entrada de cualquier mal que ponga en peligro su forma de vida.
Los debates públicos que se están consolidando en torno a cómo afrontar los problemas derivados de la inmigración, la idea de que la Unión Europea debe prepararse para una inminente agresión de Rusia o la pérdida de competitividad tecnológica y empresarial frente a China, han puesto sobre la mesa el siguiente axioma: cuanto más democrática y abierta es una sociedad, más expuesta está a la hora de competir, defenderse y mantener su identidad.
Sin darse cuenta, la política española está cayendo en el error de establecer una competición basada en ver quién convence mejor a los ciudadanos de que se puede acabar con su vulnerabilidad imponiendo más orden y seguridad, a costa de restringir sus libertades. Empieza a deslizarse el sueño de regresar a un Estado fuerte y cerrado, donde cada nación deba procurarse las cosas por sí misma, al margen de los otros. Se busca oponer fuerza frente a debilidad, orgullo frente a deshonra, determinación frente a inseguridad, para atribuirse la capacidad de garantizar una España invulnerable.
La concepción política que pretende hacer invulnerable a un Estado surge en un momento de la historia en que las sociedades occidentales han promovido que aflore la vulnerabilidad de las personas, que se dé testimonio de ella y se muestre abiertamente, que no se tema exponer la tristeza, el miedo o la soledad, y que no existan reparos a la hora de pedir ayuda y cuidado.
El resultado es que muchas fuerzas políticas europeas, tanto de izquierdas como de derechas, que reclaman con insistencia a los ciudadanos que prioricen con sus votos hacer cada vez más fuerte al Estado para evitar que sea debilitado o dañado, son las mismas que señalan como peyorativa la vulnerabilidad humana, que es intrínseca a toda persona. Lo que nos hace preguntar ¿qué significa realmente proteger a los ciudadanos?
