La extrema derecha lidera hoy las encuestas en Francia, en Alemania, en el Reino Unido y en Austria. Gobierna en Hungría, en Italia y a partir de ahora en Chequia. Ganó las presidenciales en Polonia, es fuerte en Rumanía y crece en España y en Catalunya. En los Países Bajos, el partido de Geert Wilders fue el más votado en las generales del 2023, entró en el Gobierno y lo hizo caer en junio de este año dejando un ejecutivo en funciones hasta las elecciones del próximo 29 de octubre.
La derecha extrema está en el Gobierno de Finlandia y Eslovaquia, y lo apoya desde fuera en Suecia. Es la primera fuerza en Flandes. Europa se tiñe de azul y entra en el modo Weimar, según analiza Robert Kaplan en su último libro, Tierra baldía.
El cordón sanitario está desapareciendo en muchos países con el beneplácito de Donald Trump, que no esconde sus complicidades con el húngaro Viktor Orbán o la italiana Giorgia Meloni.
La dimisión del recientemente nombrado primer ministro de Francia, Sébastien Lecornu, uno de los mandatos más breves de la historia de la V República, agudiza la crisis de la presidencia de Emmanuel Macron, que ha conocido ya siete primeros ministros desde que accedió al poder en el 2017 y que ha sorprendido al pedir un último esfuerzo negociador a Lecornu. Se augura un complejo final de mandato hasta las presidenciales del 2027. La frase atribuida a Metternich en el Congreso de Viena, al fin de las guerras napoleónicas, sigue vigente: “Cuando Francia estornuda, Europa se constipa”.
Las crisis en Europa se remontan a la caída de Roma en el siglo IV. Los periodos de paz, prosperidad y libertades han durado poco. Pero han sido sus debilidades internas y la superación de sus adversidades objetivas las que más han contribuido al avance de la civilización occidental, que, por cierto, siempre ha navegado en medio de contradicciones y divisiones
endógenas.
En la República de Weimar, la que nace como consecuencia de la derrota alemana tras la Gran Guerra, el estado normal era la crisis, como señala el gran escritor Joseph Roth en sus magníficas crónicas berlinesas, en las que “las almas se pasean por los campos del pasado”. No digo que no se avecinen fuertes turbulencias.
Si las causas del descontento en Europa están identificadas, ¿por qué no se afrontan?
Es un temor compartido por muchos gobiernos y expertos que la guerra de Putin contra Ucrania, con decenas de miles de muertos entre soldados y población civil, es una guerra contra Europa, que amenaza, no se sabe por qué, el talante tiránico de prácticamente todos los dirigentes rusos desde Iván el Terrible hasta hoy.
Europa se entregó a la barbarie interna en dos ocasiones en el siglo pasado y fueron los norteamericanos los que vinieron a salvarnos de nuestros fantasmas. Se quedaron y están aquí de muchas maneras a pesar de la indiferencia del populismo nacionalista de Donald Trump, que parece valorar más a Putin que a las alianzas económicas y militares con la Unión Europea.
Europa se aferra al cordón umbilical de la seguridad que le une con Washington por miedo a que Rusia borre una o varias fronteras del Este planteando un escenario bélico de alcance imprevisible.
Ante este panorama incierto y ante el evidente cambio de paradigma político europeo, es prioritario analizar y debatir las causas que han empequeñecido los partidos políticos de la centralidad y millones de votantes se están yendo hacia los extremos.
La extrema derecha crece por el miedo exagerado a que la inmigración destruya las identidades nacionales, al descontento económico de los más vulnerables, a la desconfianza hacia la rigidez reguladora de la Unión Europea y sus elites ideológicas, y, por fin, a la inseguridad que produce la desinformación divulgada por redes sociales y demás artilugios.
El filósofo Tzvetan Todorov hablaba de la memoria del mal y de la tentación del bien. El problema de la política no es el control de la maldad, sino la limitación de la rectitud; lo dijo de otra manera Kissinger, que no tenía muchos escrúpulos. ¿Por qué Europa y Occidente no afrontan las causas del descontento? Pienso que es por el sentir de superioridad moral de los extremos que consideran a los adversarios como enemigos que batir. Trump lo dijo textualmente: “Odio a mis oponentes”.
