Virginia Woolf escribió una única pieza teatral, titulada Freshwater. La consideraba un disparate, y durante su vida solo se representó una vez. Fue en 1935, en una las veladas privadas organizadas por el grupo de Bloomsbury, círculo artístico e intelectual que ella fundó en Londres con sus hermanos. La obra se basa en las amistades de su tía abuela fotógrafa: excéntricos poetas, pintores y filósofos victorianos suspiran por alcanzar la belleza, y son incapaces de ver más allá de su propia creación. Entre ellos, posa como musa hasta que se rebela Ellen Terry, actriz a quien Woolf admiraba por ser capaz de emanciparse y liberarse de convencionalismos.
El director Albert Arribas ha recuperado aquel divertimento brillante. Puede verse hasta el 26 de este mes en La Fàbrica, segundo teatro que Albert y Daniel de la Torre –padre e hijo– han abierto en el barrio del Farró después de La Gleva. Está en la plaça Mañé i Flaquer, y como lo inauguraron el mes pasado, aún hay un plástico en el lugar del telón. El propietario interpreta a uno de los personajes, y empiezan lavándole el pelo sobre el escenario.
En ‘Freshwater’ de Virginia Woolf, cuanto más delirante es la escena, más cautivadora resulta
El elenco es estelar (incluida la perrita Lala, que hace de mono tití). Al principio es todo tan grotesco que parece iluminado por unas bohemias luces valleinclanescas. De pronto, nos convertimos en el grupo de Bloomsbury; vemos esta gamberrada cargada de guiños cómplices que ha hecho nuestra lúcida amiga Virginia, precursora sin saberlo del teatro del absurdo. Con una inteligencia mordaz, se ríe de su propia generación burlándose de la generación anterior, y arranca carcajadas desconcertadas.
Cuanto más delirante es la escena, más cautivadora resulta, como si la distancia de lo imposible fuera un dardo certero en la diana de la emoción. Ahí está la ambigüedad de género y la sexualidad femenina fluctuante de Orlando, está la revolución de Una habitación propia, la parodia del matrimonio y del artista, el cuestionamiento del realismo como código fiable de representación, la imaginación apasionada de la autora. Al final de Freshwater (una comèdia), con propuesta dramatúrgica de Lluïsa Cunillé, las actrices encarnan la semblanza que Woolf dedicó a Terry, y confluyen en un retrato simbiótico de ambas. Brindo por ellas, por todos, por Bloomsbury y los Teatres del Farró.
