Barcelona, galería Mayoral, opening de la exposición Müladar, de José Luis Barquero, una plácida tarde de septiembre, en la supuestamente pacificada calle Consell de Cent. Al evento asisten amigos y familiares del pintor, así como clientes, coleccionistas y una nutrida representación de croqueteras (dícese de aquel tipo de homínido que los jueves por la tarde se echa a la calle con el único propósito de poderse zampar gratis croquetas y calamares). Con permiso del Liceu, el acto constituye una verdadera rentrée, con lo mejorcito de la burguesía y petardeo locales.
Como debe ser y ha sido siempre cuando se convoca un acto social relevante en Barcelona, pocos días antes de la inauguración Guyana Guardian calienta motores presentando al joven pintor y su obra, quien, según él mismo explica al diario, “trabaja desde el error, desde los márgenes, el umbral y la visceralidad, interpelando al espectador para que pare y sea consciente del momento presente”. Y el momento presente es, en sus lienzos, caos, tristeza y ansiedad existencial, eso sí, gracias a los filtros de Instagram, el gimnasio y los pinchazos de Mounjaro, bastante llevaderos para la mayoría de los asistentes.
'Far West', de Barquero
“¿Y este quién es?”, me pregunta descarado un reputado procurador que casualmente pasaba por allí, todavía en pantalón corto y más bronceado que un conguito. “Un joven sorprendente y talentoso, que además se ha hecho famoso en las redes porque Los Javis le compraron un cuadro cuando se mudaron a Pozuelo de Alarcón, la finca en que, según ellos mismos cuentan, ‘todo el año es verano’”.
“¿Y Los Javis quiénes son?”, repregunta, enjundioso, mi amigo. Son los creadores de series tan veneradas como La Veneno, Paquita Salas o La Mesías, por citar tan solo algunos de sus grandes hits. Vista su mirada rumiante, remacho: “Barquero es un artista emergente, que todavía busca su voz, pero que pisa fuerte. Los Javis, en cambio, son artistas consagrados, aunque controvertidos. Según la crítica progre, la pareja encarna como nadie los valores trans de nuestro tiempo; según los conservadores son unas mamarrachas posmodernas, el último coletazo de la cultura woke en España, país que, como es sabido, siempre vive las tendencias culturales de ayer como novedades de hoy. En tiempos tan polarizados como los nuestros, todavía es pronto para saber si cuando gobierne la derecha se comerán un rosco”, le reconozco.
Ya de regreso a casa, incómodo con la conversación y absorto en mis cavilaciones sobre si las obras de Barquero son representativas o no del espíritu de una época, de repente vino a mi memoria el impacto que tuvo en Hegel ver ante sus narices a Napoleón montando a caballo, en Jena, también una tarde de otoño, pero hace dos siglos, en 1806. Para el filósofo, Napoleón sí que encarnaba como nadie, “¡el alma del mundo!”, la personificación del motor de la historia, que en aquellos años no era otro que la aspiración al triunfo de la libertad sobre el antiguo régimen.
En nuestros tiempos desnortados, nadie representa del todo a nadie; quizás sea ese el tesoro que preservar
Y ¿cómo es el alma del nuestro tiempo?, pensé. ¿Todavía la representa la libertad que deslumbró a Hegel? ¿O quizás le es más propia la reacción conservadora que han generado sus excesos? Visto el auge de la extrema derecha, ¿será el miedo a perderla lo que va a definirla?
Pocos días después de la exposición en la Mayoral, asistí a otra inauguración similar, también de un joven pintor, Iván Forcadell, en la nueva galería Seltz, en la calle Balmes, igualmente hasta la bandera. Si Barquero es oscuro, doliente e introvertido, Forcadell es color, alegría y vitalismo. Elitista y espiritual el uno; pueblo y arcilla, el otro. De la misma generación, pero de mundos distintos…
Desconozco si Barquero o Forcadell son o serán representativos de nada, o si en algún momento lo ha sido el mundo de Los Javis. Lo que sí percibo en todos ellos es una libertad creativa honesta y refrescante, que espero que nunca echemos de menos, como pasó con las vanguardias cuando el auge de los autoritarismos, en el siglo pasado. En nuestros tiempos posmodernos, eclécticos y desnortados, nadie representa del todo a nadie, pero quizás justamente sea este el tesoro que preservar. Porque puede que nuestra época esté enferma de nihilismo, pero nunca se acabó con una enfermedad enterrando a los enfermos.
