En el trayecto de la AP-7 que va de La Jonquera a Barcelona suelo leer, en el panel de mensajes variables, una frase chocante: “Don’t trust strangers”. Cada vez que lo veo aparecer (“No confíes en desconocidos”), pienso en los miles de niños que tras cruzar la frontera levantan la vista del móvil y se sienten animados a desconfiar del primero que pase. En cuanto a los autóctonos, dado que stranger es un falso amigo, es probable que traduzcan la frase por “No confíes en los extranjeros”, lo que acrecienta el tono xenófobo del mensaje hasta límites ligeramente aterradores.
Pienso también en los padres que durante años se han esforzado en inculcar a sus hijos cierta fe en la humanidad, padres que han evitado esa frase cavernícola y se las han apañado para explicarles los peligros con palabras más justas, porque decir a saco “no confíes en los desconocidos” educa en la insolidaridad y en la paranoia. Peor me lo pones si la frase aparece de pronto en letras gigantes, imperativas y luminosas en un panel colocado por un organismo oficial.
“Don’t trust strangers” o la desconfianza como forma de vida
Porque el problema es que el contexto de la frase (evitar los robos en las áreas de servicio) se pierde con la velocidad. Y solo si estás en una retención o si eres un adicto a la lectura de paneles puedes ver desfilar su equivalente en otras lenguas. “Méfiez-vous” es la versión francesa, que al menos te permite elegir de quién prefieres desconfiar, sin inducir a la misantropía. En castellano, la frase es descriptiva y eficaz: “Robos en autopista. Vigila tus pertenencias”. En catalán no aparece o no he podido leerla.
En fin, que en un contexto como el actual, donde los partidos ultras criminalizan sin pausa al extranjero y el individualismo salvaje está virando a la psicopatía, una lee “Don’t trust strangers” y lo primero que le viene a la mente es que se trata de adoctrinamiento camuflado. Como me niego a creer tal barbaridad, sugiero al servicio encargado de redactar los mensajes que sea más cuidadoso con la precisión de la lengua. Y que dé más trabajo a los servicios lingüísticos y de traducción si realmente quiere frenar esta promoción exacerbada de la desconfianza hacia el desconocido. Al fin y al cabo (para casi la humanidad entera), desconocidos somos todos.
