Krasznahorkai, la frase infinita

El cielo es triste. La realidad no es un obstáculo. La esperanza es un error. Son frases que condensan una filosofía. Pertenecen al húngaro László Krasznahorkai (Gyula, 1954), reciente Nobel de Literatura. Es de esa estirpe de escritores que no solo escriben: arrastran al lector hacia otra respiración. Leerlo es rendirse a una corriente que no admite interrupciones. Su sintaxis se asemeja más a un río en crecida que a un cauce contenido.

Pie?Caption (Pie) del objeto multimedia. También es agregado a la cabecera del objeto, junto con el Título. (FILE PHOTO) MADRID, SPAIN - OCTOBER 30: Author Laszlo Krasznahorkai poses for a portrait at Residencia de Estudiantes on October 30, 2018 in Madrid, Spain. (Photo by Carlos Alvarez/Getty Images)

Laszlo Krasznahorkai en una imagen del 2018 

Carlos Alvarez/Getty Images

Nunca quiso ser escritor –“no quería ser nada en concreto”, nos contó el año pasado en Marrakech, donde recibió el premio Formentor, dirigido con gran tino por Basilio Baltasar–, pero acabó por convertirse en una de las voces más singulares de la literatura contemporánea. Adan Kovacsics, su traductor, ha trasladado al español su música hipnótica sin traicionarla.

Es de esa estirpe de escritores que arrastran al lector hacia otra respiración

Antes de escribir, trabajó con las manos, en oficios humildes. De ahí conservó una mirada incrustada en la pobreza, en la fragilidad de lo comunitario. Después se dedicó a la literatura convencido de que la perfección era inalcanzable y que solo por eso valía la pena perseverar. En Tango satánico, una de sus obras más emblemáticas, el tiempo es elástico. Los personajes deambulan bajo la lluvia por un pueblo condenado a repetir su fracaso, como si la fatalidad proviniera no de la política, sino de la condición humana. Las fachadas son máscaras: debajo, la ruina. Y, entre la podredumbre, una niña que encarna la inocencia en un mundo devastado.

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Las frases interminables de sus páginas hallaron su correlato en los planos dilatados del cineasta Béla Tarr. Su melancolía, lejos de ser narcótica, es una forma de aceptación: la vida termina, la pérdida es inevitable, la incomprensión nos rodea. Esa mirada hace soportable lo insoportable.

El húngaro es su patria: gramática sin género, vocales en armonía. Refugio y condena: “No sé si ella vive en mí o yo en ella”. La paradoja no es casual. En sus libros, la identidad nunca se resuelve. Lo político se filtra incluso cuando no lo busca. Sus novelas retratan una sociedad prisionera de falsas promesas. No es de extrañar que, al hablar de la Hungría de Orbán, la defina con una imagen brutal: “Un gran manicomio”.

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