Sabrán ustedes lo que ha pasado en el Ayuntamiento de Madrid. Si no, se lo resumo. Vox propuso que a las mujeres que quieran interrumpir su embarazo, los centros de salud les proporcionen “información obligatoria (sic)” sobre un “síndrome postaborto”, que incluye, según Vox, “consumo de drogas, pérdida de placer sexual, cáncer, pensamientos suicidas”… e incluso (la lista no les debía de parecer lo bastante disuasoria) “aumento de probabilidades de muerte natural en el año siguiente”. El PP votó a favor; después se arrepintió, recordando, un poco tarde, que siempre que ha querido limitar el aborto ha salido escaldado (hasta un ministro que habría podido llegar a presidente, Alberto Ruiz-Gallardón, hundió su carrera política por haberse metido en ese avispero), y ahora está buscando una salida discreta.
Concentración en Madrid, este septiembre, en favor del aborto
No sé si la escaramuza ha terminado (el PSOE, dando saltos de alegría por el autogol de su adversario, sigue sacándole punta), pero hay un aspecto de ella que ha pasado inadvertido y que me parece importante. El motivo que alegó el PP para echarse atrás fue que el tal síndrome “no es una categoría científica reconocida”. Pero eso ya lo había admitido Vox, que explicaba en su texto que, si no figura en los manuales de psiquiatría, es “por intereses ideológicos”.
Ahora que valores universales, como la religión, han perdido fuerza, la ciencia los sustituye como brújula moral
Por desgracia, es cierto que la ideología se infiltra cada vez más en la ciencia. Ahora que valores universales, como la religión, han perdido fuerza, la ciencia los sustituye como brújula moral. Y si somos incapaces de justificar nuestras filias y fobias en nombre de Dios o de Aristóteles, es muy fuerte la tentación de pedir a la ciencia que lo haga. Es una trampa que usan tanto la izquierda como la derecha. En el 2022, la (hasta entonces) respetadísima revista Nature proclamó que en adelante no publicaría ninguna investigación (sobreentendido: por más científicamente correcta que fuera) susceptible de “estigmatizar” a grupos discriminados.
“Informar no es un problema”, declaró el PP en un primer momento, para justificar su apoyo a la propuesta de Vox. Y tenía razón… con dos salvedades. Una: información sí, pero no a la fuerza. Y dos: siempre que esté científicamente demostrada. Claro que, entonces, habría que informar no solo a las mujeres que no quieren ser madres, sino a las que quieren serlo, de los riesgos para la salud física y mental (y profesional, social, económica…) de la maternidad. Que no son nada desdeñables. Pero eso ya sería otro artículo.
