Antes, cuando muchos pensábamos de manera ingenua que Estados Unidos era un país demócrata e igualitario, en el que sus ciudadanos tenían idénticas oportunidades, aunque, claro está, siempre referidas a los de raza blanca, se aseguraba, no sin ironía, que la mejor prueba de que allí cualquiera podía ser presidente era su presidente. He vivido largas temporadas en América y he podido constatar que cualquiera no puede ser presidente, aunque hoy el presidente sea un cualquiera.
El caso de Obama, el primer afroamericano en llegar a la presidencia, es inusitado, supone la excepción que confirma la regla. Precisamente Barack Obama advirtió reiteradamente que Donald Trump no estaba capacitado para gobernar antes de que derrotara a Hillary Clinton, en el 2016, cuando muchos nos llevamos una sorpresa morrocotuda.
Las estupideces y monstruosidades que utilizó Trump en su primera campaña, en especial contra los inmigrantes mexicanos, las amenazas de deportaciones, su falta de visión política, demostración de que tenía una mentalidad obtusa, nos hicieron pensar a muchos que no ganaría. Nadie con dos dedos de frente podía votarle.
Ganó entonces y volvió a ganar en el 2024 a Kamala Harris, tras una segunda campaña, peor que la primera, todavía más hostil contra los inmigrantes, en la que fue perfeccionando las barbaridades de las que los acusaba, como eso de que se comían las mascotas de los estadounidenses.
Triunfó las dos veces enfrentándose a dos mujeres, sin duda mejor preparadas, más inteligentes y con una visión política más sólida. De manera que quizá cabe pensar que, entre un presidente y una presidenta, los norteamericanos se inclinan por el primero. Probablemente aún falta mucho para que una mujer pueda llegar a presidir el gobierno de Estados Unidos.
Quién sabe si un Trump a la española, enarbolando eslóganes parecidos, conseguirá llegar al poder
Trump fue elegido pese a estar encausado por la justicia, ser un mentiroso compulsivo, un tipo cuyas convicciones sobre la democracia pueden ponerse en entredicho, puesto que le llevaron a instigar un ataque al Congreso cuando perdió las elecciones frente a Joe Biden. De todo esto se deriva la perplejidad que nos invade ante la figura de Trump, aunque para mí es aún mayor la que siento ante el hecho de que fueran los electores quienes le escogieran. Cierto que pudo haber tongo, especialmente en las segundas, ya que, al parecer, contó con la ayuda manipuladora de Rusia, pero, aun así, los millones de votos obtenidos demuestran los gustos y preferencias de sus paisanos.
Vaya por delante que siento un enorme afecto por América, donde he trabajado como profesora visitante universitaria en tres ocasiones y tengo allí muchos amigos queridos, la mayoría no votantes de Trump, con alguna excepción.
Al preguntarles a los de la excepción el motivo de su voto me contaron que las posiciones de los demócratas, tan permisivas con las minorías, tan afectuosas con los LGTBI, tan proclives a imponer lo políticamente correcto, les parecían erróneas. Además la inmigración estaba empezando a ganar terreno y a apropiarse de las subvenciones. Pasaban por alto la incultura de Trump, sus barbaridades sobre las vacunas, o sobre el cambio climático, sus bulos y mentiras, muletas de un pensamiento obtuso, los insultos vertidos contra los que considera enemigos, las veleidades arancelarias, producto de sus cambios de humor, como si fuera un malvado maestro de párvulos que impone castigos a los alumnos bisoños.
Lo que les importaba es que Trump traía cohesión nacional, ponía a América en primer lugar, tenía sentido de nación y afianzaba el país contra lo foráneo, eso es contra la inmigración. Fue la unión de estos factores lo que más y mejor propició su llegada a la presidencia.
La omnipresencia de Trump en nuestro país resulta muy significativa. No olvidemos que aquí triunfa cuanto viene de América. Halloween ha desplazado la costumbre catalana de la castañada, el black friday se ha impuesto, como las hamburguesas y el ketchup, y en cualquier momento optaremos por celebrar el día de Acción de Gracias. Quién sabe si próximamente también un Trump a la española, enarbolando eslóganes parecidos a los que hicieron ganar al americano, conseguirá hacerse con el poder gracias a los votos. Dios nos coja confesados.
