En el equipo de László

En el celebrado Nobel de Literatura al húngaro László Krasznahorkai subyace una apuesta de la Academia Sueca por la concepción tradicional de la novela, entendida como construcción de ficción autónoma y distante de los hechos reales. La vida real y el contexto de los autores pueden nutrirlos, pero esos elementos quedan subsumidos en su imaginación, alimentan el trabajo del escritor-arquitecto que erige un monumento (la novela) donde nada es cierto pero todo lo parece. Así se han construido unas cuantas de esas obras universales e intemporales que perduran a través de las generaciones.

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Gyula Czimbal / Efe / EPA

Las decisiones que ha tomado la Academia Sueca en este siglo, con la única –y justificada– excepción de Annie Ernaux, contrastan con el auge que experimentan en las librerías la literatura del yo, el testimonio directo, los diarios íntimos, toda esa realidad escrita y desprovista de ese intenso trabajo de transformación o sublimación que, al desaparecer, convierte a los autores en personajes que viven para explicarnos su cotidianidad, desde una infidelidad hasta la ingesta de una bebida láctea. Una prosa sencilla, clara, parece imponerse entonces como nuevo canon y garantía de la autenticidad de lo narrado. Pero, al igual que sucede con algunos matrimonios, hay ciertos libros que se desintegran, ay, víctimas del sincericidio.

La Academia Sueca apuesta por una concepción tradicional de la novela, entendida como construcción de ficción autónoma y distante de los hechos reales

Los hombres justos del jurado sueco nos señalan otra vía: la del escritor que no es un mero notario que levanta acta de lo que sucede, sino que está sentado, bebiendo y escuchando música en una esquina de la cantina de Mos Eisley de Star Wars. Alguien que, en un trabajo de largo aliento, dibuja un mundo nuevo, no exactamente el nuestro, con un universo de seres ficcionales cruzados, adentrándose en parajes lingüísticos y sensoriales desconocidos y donde, por trágico que pueda ser lo que sucede, se impone el goce de lo narrado, el poder de lo inesperado, la complejidad de lo contradictorio.

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La intimidad real, sin filtros, aparece en ocasiones en el terreno del perio­dismo –que otra Nobel, la bielorrusa Svetlana Alexiévich, reinventa convirtiendo a sus centenares de entrevistados en un coro griego–, pero hay algunas profundas simas a las que solo puede llegar la sonda de la ficción. La literatura permite explorar y profundizar aquello que, en el mundo real, aparece oculto o apenas dibujado o intuido. Eso queríamos decir.

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