La vida menos vida

El sábado descubrieron el cuerpo de Antonio en su piso, en el barrio valenciano de la Fontsanta. Era un hombre jubilado al que nadie echó de menos durante quince años, el tiempo que llevaba muerto. Es un miedo contemporáneo, en una sociedad tan inmersa en el individuo que ni siquiera nota la ausencia de un vecino. La comunidad, ese vínculo que se construía con el entorno, ha dado paso a una despersonalización de la gente con la que nos encontramos cada día.

El hallazgo coincide con la Semana contra la soledad no deseada, impulsada por la Obra Social Sant Joan de Déu. Estos días, Barcelona acoge una campaña para sensibilizar sobre un problema creciente que puede afectarnos a todos. 

La Fundación La Caixa creó hace diez años un programa con el que trata de acompañar a las personas que pasan por situaciones de soledad en toda España

 

Europa Press

La cuarta parte de los jóvenes de entre 16 y 29 años se sienten solos, también la mitad de las personas mayores de ochenta años. Un 20% de la población en España echa en falta alguna relación con los demás. Querrían estar más tiempo con determinadas personas, o que hubiera una comunicación real con ellas, poder hablar y celebrar juntos las buenas noticias y los buenos momentos. Les duele y angustia que no sea así. Les gustaría sentir que los quieren, que le importan a alguien.

La comunidad ha dado paso a una despersonalización de la gente con que nos encontramos cada día

“Piensa en un abrazo sin nadie a quien dárselo; ya no es un abrazo”, leemos en Trencalasoledat.org. “La soledad no deseada hace la vida menos vida”, reza el lema de la campaña. Y recuerda que evitarla es una responsabilidad colectiva, porque cada uno de nosotros puede acabar con la soledad de los demás. Los más vulnerables son quienes más la ­padecen. Por eso esta semana hay clubs de lectura en librerías y bibliotecas, talleres, charlas en varios puntos de la ciudad, y lugares donde conversar y tomar un café, entre otras actividades.

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Llucia Ramis
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A mí me gusta estar sola. Pero durante el confinamiento supe qué significa estarlo involuntariamente un día y otro, y otro, y otro. Me ponía en la piel de mi abuela, más sola que yo y durante más tiempo. De poco sirven las pantallas cuando necesitas el contacto físico. Y aun así, no estábamos realmente solas. El día de mi cumpleaños, me llamaron familiares y amigos, y una vecina preparó un pastel que me dejó en el descansillo de la escalera. Gestos así son los que consuelan, acompañan, llenan de agradecimiento, rompen la soledad. Evitan desenlaces como el de Antonio.

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