Bravo por Ferran Torrent

Conocí a Ferran Torrent hace ya muchos años, en València, gracias a aquellas jornadas de escritores que organizaba Eliseu Climent, mi primer editor. Eran encuentros fantásticos de los que recuerdo infinidad de anécdotas. Coincidimos con Ferran a través de amigos comunes que me permitieron descubrir a una persona magnífica, sencilla y directa, sin dobleces, profundamente defensora de la lengua catalana. Ferran es amable. Habla con una mezcla de sentido común e ironía que hace que te sientas cómoda con él, como si fuera un viejo amigo.

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Mané Espinosa

Nuestras vidas han vuelto a cruzarse de vez en cuando. Nos hemos encontrado en platós de televisión, hemos compartido comidas y conversaciones. Hace pocos días leí la noticia y pensé en felicitarle a través de este artículo. Ferran Torrent ha renunciado al premio de las Lletres Valencianes, galardón que había recibido en el 2024. No es una decisión tomada con ligereza: es una renuncia cargada de dignidad frente al trato que el Gobierno de Mazón dispensa al valenciano (o al catalán del País Valenciano). Se trata de denunciar las discriminaciones que nuestra cultura padece. Ferran se niega a participar en el encubrimiento tácito de políticas que erosionan el uso del catalán.

Una renuncia cargada de dignidad por el trato que el Gobierno de Mazón dispensa al valenciano

Resulta casi simbólico que su diploma del premio se perdiera durante las inundaciones de la dana: arrastrado por el agua, desapareció de su casa. Él lo cuenta con aquel humor que tanto lo caracteriza, como si fuera una premonición de lo que iba a venir. Un testigo material que se fue con la corriente, como también el reconocimiento oficial que hoy reivindica con su renuncia. El diploma desaparecido fue presagio y metáfora de una institución que concede premios para luego permitir –o impulsar– el ultraje a lo que esas distinciones representan.

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Ferran es un hombre con los pies en la tierra, un escritor que escribe muy bien, pero también alguien para quien la ética no es un adorno. En un ambiente literario a veces dominado por las apariencias, ha sabido permanecer firme. Su renuncia –tan reciente– no es una pataleta, es una llamada a la conciencia, al compromiso público, a la defensa de lo que somos. Siento admiración por ese acto y deseo que la palabra siga en pie, que la lengua se defienda, que las causas que importan permanezcan vivas.

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