El triunfo del modelo asiático

Hace veinte años creíamos que la democracia había ganado la partida. La gran experimentación social del siglo XX daba como clara vencedora a la combinación de democracia y sistema de mercado frente a la planificación centralizada propia del sistema comunista. Legitimidad moral y eficiencia económica anunciaban una nueva era. Los regímenes despóticos que Montesquieu y otros ilustrados identificaban con el modelo asiático iban a la defensiva. Pero los problemas que afloró la crisis del 2008, junto con el éxito de China, han ido revirtiendo la tendencia. Mientras las democracias han evide­nciado sus limitaciones para proseguir con propuestas de progreso y bienestar, el modelo puesto en práctica en el gigante asiático ha de­mostrado una envidiable eficiencia.

China es en estos momentos la fábrica del mundo. Es competitiva en casi todos los sectores. En algunos, como el de los equipos para energías renovables, el procesamiento de tierras raras o, cada vez más, el del coche eléctrico, goza de una posición de dominio muy claro. Su predominio se fundamenta en una fuerza de más de cien millones de personas empleadas en la industria, cuando en Estados Unidos apenas quedan trece millones. Los ingenieros dominan el politburó y sus opiniones determinan los planes quinquenales.

Employees work on photovoltaic cell modules, used in solar panels, at a factory which produces the modules for export to the US and Europe, in Lianyungang, in China#{emoji}146;s eastern Jiangsu province on September 26, 2025. (Photo by AFP) / China OUT

  

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El éxito del sistema chino radica en que, sin renunciar a la planificación propia de los sistemas comunistas, ha permitido el desarrollo del mercado, y ha generado incentivos para la iniciativa individual. Eso proporciona información acerca de las preferencias de consumo y ajusta la oferta a la demanda.

Por otra parte, la tecnología digital ofrece a través de las plataformas una valiosísima información sobre las preferencias y tendencias. Y, a diferencia de la economía soviética, se ha engarzado con la economía global, convirtiéndose en el primer­ socio comercial de la mayoría de los países. Esta conjunción ha permitido el crecimiento económico de mayor magnitud producido en la historia de la humanidad.

La experimentación social del siglo XXI parece decantarse por el sistema despótico

Entre tanto, la democracia liberal muestra su incapacidad de seguir produciendo un progreso homogéneo y consensuado. La defensa a ultranza de los derechos individuales frente a los potenciales abusos del Estado lleva, por un lado, a la parálisis y, por otro, a la sistemática denostación de lo público. Estados Unidos es incapaz de mantener infraestructuras en buen estado. Sus redes viarias y ferroviarias apenas se han renovado en los últimos 50 años. Europa debe revisar su Estado de bienestar, pero sus políticos se enzarzan en cuitas de corto plazo que impiden la puesta en práctica de iniciativas sostenibles.

Ante esta esclerosis, la ciudadanía, especialmente los más jóvenes, optan por propuestas radicales. Las de izquierdas se pierden en el laberinto identitario. Y las de derechas atribuyen todos los males al “otro”, sea este el Estado, la Unión Europea o los inmigrantes. Ni unas ni otras ofrecen proyectos sociales coherentes. Tan solo eslóganes polarizadores basados en afirmaciones dogmáticas.

La experimentación social del siglo XXI parece, pues, decantarse por el sistema despótico. Pero la historia no está escrita. China tiene debilidades importantes. Cuenta con una población decreciente y escéptica ante políticas de ingeniería social erróneas, como la del hijo único o la de covid cero. Frente al supuesto comunismo que lo inspira, se basa en una profunda desigualdad. Los mecanismos de protección social son muy escasos. Y el sistema tributario se basa en la imposición indirecta, renunciando prácticamente a la progresividad.

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Miguel Trias
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Ahora bien, si los sistemas democráticos no son capaces de reinventarse y persisten en aupar al poder a déspotas irracionales, para cuando el modelo chino muestre sus debilidades puede que la democracia liberal sea ya un espíritu vagando en pena por los vericuetos de la historia.

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