La nueva ola de la revolución tecnológica digital ha llevado al poder a quienes ocupan el poder tecnológico (en particular en la IA), el control de las nuevas finanzas (de los derivativos a las criptomonedas), las conexiones con las agencias de inteligencia y la influencia directa en el sistema político de Estados Unidos y un número creciente de países. Se les denomina tecnolibertarios, aunque en realidad proponen formas autoritarias de gobierno al servicio de una meritocracia que pueda salvar a la humanidad superando a la democracia. Último intento antes de levantar el vuelo a Marte si no convencen a los estúpidos humanos. El reciente Vanguardia Dossier, “Los tecnolibertarios de Trump”, una excelente compilación sobre el tema, puede proporcionar al lector interesado los datos esenciales.
Aquí quiero insistir en la trascendencia del fenómeno. En particular en su conexión no solo con Trump sino con una parte significativa del trumpismo. Todo el mundo conoce a Elon Musk. Pero menos conocido es Peter Thiel, el eslabón políticamente más significativo. Fue él quien protegió a J.D. Vance en su elección al Senado, tras conocerlo por trabajar para él en Silicon Valley, y quien convenció a Trump de que lo nombrara vicepresidente. Vance, con 40 años, es el sucesor predesignado por Trump y la conexión, por un lado, con la futura posible presidencia. Y, por otro lado, con la clase obrera blanca del Medio Oeste, golpeada por la globalización, que forma la base social esencial para el trumpismo, y con la que Vance se identifica por su origen social y su ideología aislacionista.
Trump con Peter Thiel, Tim Cook (Apple), Safra Catz (Oracle) y Elon Musk tras su primera elección presidencial en el 2016
Los intentos del ultra Steve Bannon (otro multimillonario) de movilizar a las bases contra la élite tecnológica parecen destinados al fracaso porque, entre otras cosas, Bannon se enfrentó a la familia de Trump, lo que motivó su despido de la Casa Blanca. Cierto es que Musk se peleó con Trump, tras un periodo de amor a primera vista, porque son dos narcisismos incompatibles. Pero ya presidieron juntos el funeral por Kirk y en realidad saben que se necesitan: las empresas
de Musk están subvencionadas por el Gobierno y Trump piensa que Musk es un genio aunque no sabe de política.
Pero las redes de conexión de Thiel y de otros capitalistas financieros que forman la nueva clase (como Marc Andreesen) se extienden por todo el mundo.
La alianza de los tecnofinancieros con Trump no es solo política o ideológica, también es económica
El Founders Fund de Thiel tiene inversiones en una amplia red global de empresas financieras y tecnológicas, siempre con conexiones políticas, incluida Nueva Zelanda, que le dio por decreto la nacionalidad a Thiel (que ya era alemán y estadounidense) por su papel en la inteligencia y las fuerzas armadas del país. Thiel posee Palantir (nombre derivado de Juego de tronos, como los nombres de la mayoría de sus empresas), el principal contratista de ciberseguridad del Pentágono y de otras agencias de inteligencia. Y estableció contactos con las élites inglesas merced a su conexión con Epstein en el pasado, enterrada ahora bajo un suicidio sospechoso.
La alianza de estos tecnofinancieros con Trump no es solo política o ideológica. Es conocido el proceso de acumulación de riqueza que Trump y su familia están llevando a cabo en este tiempo, tanto en criptomonedas como en participaciones indirectas en múltiples acuerdos entre empresas tecnológicas. Eso es lo propio de la formación de las clases dirigentes en la historia, la conexión reticular (aunque no fusión) entre lo político, lo financiero, lo comercial y lo tecnomilitar.
Consecuencias directas de esta relación: la hostilidad declarada a China, percibida por Thiel como peligro para la civilización occidental, como heredero del ideólogo conservador Leo Strauss. O el desprecio a la universidad. Esta nueva clase utiliza a Trump como trampolín para construir una nueva hegemonía. En alianza global con partidos como Vox y similares. Atentos.
