Cariño, te dejo. Estoy harta de que estés tan obsesionado con las políticas de Donald Trump.
–No me puedes hacer esto, Aranceles.
–Araceli, me llamo Araceli.
El chiste es un género algo denostado, pero que yo adoro. Me pueden encontrar en sobremesas contándolos. Bueno, leyéndolos, porque no tengo memoria para retenerlos. A veces no puedo ni acabar de leerlos por mis cataplexias (esa enfermedad rara que cuando algo me da mucha risa, me quedo sin tono muscular y me caigo). Tengo una carpeta en el móvil donde voy guardando los que más gracia me hacen. Y este con el que arranco el artículo es uno de mis preferidos.
Trump empezó siendo un chiste en sí mismo. Nos lo tomamos a broma. Nos choteamos de él por cómo hablaba, por las cosas que decía, por su color de pelo. Todo nos hacía gracia de Donald Trump. Si me llegan a contar en aquella campaña con Hillary Clinton que diez años después seguiría siendo presidente, no me lo hubiese creído. Básicamente porque los mandatos en Estados Unidos son de un máximo de ocho años. Pero Trump perdió en su segunda elección, aunque ganó en la tercera, cuando los ciudadanos norteamericanos ya sabían perfectamente lo que votaban.
Ahora Trump ya no es una anomalía del sistema. Es el sistema. Su sistema. Y dentro de su sistema, él es el puto amo. Los líderes mundiales le rinden pleitesía. Gracias por traernos la paz a Gaza. Y sale Trump explicando públicamente como Netanyahu no ha parado de pedirle armas, que ni él mismo conocía, pero reconociéndole lo bien que las había utilizado contra la población gazatí. Eso en su discurso para proclamar la paz entre israelíes y palestinos. Qué bien empleadas han sido esas armas para acabar con miles de palestinos, para borrar del mapa sus casas, sus calles, su vida. Todo por la paz. We are the world, we are the children, señor Trump.
Trump es capaz de mezclar los géneros, el de concurso de miss con el de acuerdo de paz
Y ya que tengo aquí detrás a varios primeros ministros, voy a hablar de cada uno de ellos, sin posibilidad de réplica, porque el micrófono es mío y si no me llevo el Scattergories. Y todos aguantan estoicamente lo primero que se le pasa por la cabeza al presidente norteamericano. Ni uno da un paso al frente para cogerle el micro y decirle: “Pero qué hablas, payaso”. Trump actúa en el acto de presentación de un acuerdo de paz con la misma fanfarronería que lo hacía cuando agarraba el micro en los concursos de misses, de los que él fue el propietario. Igual que se adueñó de aquellos concursos, ahora lo ha hecho de la política mundial. Incluso es capaz de mezclar los géneros, el de concurso de miss con el de acuerdo de paz. Y le dice a Meloni que si está tan joven y tan guapa. Y Meloni baja la mirada. Claro que sí, tanta mierda de cultura woke con lo cojonudo que es el machismo 2.0.
Estos días han salido trumpistas por todos lados. Y ahora qué. Ya no decís nada los izquierdistas, eh. Porque Trump os ha tapado la boca. Porque Trump es un hombre de paz, no como vosotros, que sois hombres de guerra y preferiríais que continuasen cayendo bombas en Gaza con tal de pasearos con la flotilla.
Tiremos la toalla. Rindámonos a la evidencia: Trump es lo mejor que le ha pasado a la humanidad desde la invención del fuego. Y ahora dice que se pone con Ucrania. Igual luego se encapricha del Sabadell y le monta otra opa (de momento Sabadell 1 - Bilbao 0, la revancha del caso Nico Williams). O, si se lo propone, Trump encuentra unos médicos negacionistas que acaban con el virus FIFA. O que, cansado de que no le den el Nobel de la Paz, pide el Balón de Oro. O el Planeta. La semana del triunfo de Trump, de María Corina Machado, de Juan del Val. El mundo que soñamos ya está aquí. Te echo de menos, Araceli.
