¿Tiene arreglo la mirada varonil?

De un tiempo a esta parte, muchas mujeres de 50 años se han animado a expresar los cambios que experimentan, bastante ignorados por los hombres dada nuestra simpleza ante casi todo.

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Colita

Para que el lado bueno de la historia no me pille en offside, atiendo a estas revelaciones y ya me hago a la idea de que cumplir años tampoco enfervoriza a las mujeres. Por suerte, existe una corriente que optimiza –¡cómo disfruto tecleando palabras à la page!– la coyuntura y reivindica que los 50 son la rampa de despegue para la libertad, cosa ilusionante –van dos– porque la gente libre suele dar los buenos días. Si a eso le añadimos la industria del optimismo –sector emergente y dora píldoras–, se diría que a partir de los 50 empieza lo bueno.

Detecto reproches a los hombres por agravar el trance femenino de los 50 años y sus cambios

Sin embargo, también percibo en la atmósfera un reproche velado, a lo “¡tú verás!”: la culpa de que no todas las mujeres afronten los 50 como una ventana de oportunidades –ya llevo tres– se debe a la mirada de los hombres que no se fijan en lo que deberían y agravan los cambios indeseados que comportan los 50 en las mujeres.

De ser cierto que la mirada masculina causa estragos en el bienestar, la salud emocional y la ­auto­estima de media humanidad, está claro que los hombres deberíamos cambiar la mirada y empatizar –van cuatro expresiones à la page – con el trance femenino de los 50.

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¿Se educa la mirada? Aquí empiezan mis dudas. Yo ya entiendo que mirar fijamente a una desconocida en la calle de madrugada es más feo que Picio, pero... ¿podemos evitar mirar a determinadas mujeres con arrobo y no fijarnos en otras, no porque no existan ni sean buenas personas o grandes pianistas, sino porque no nos llaman la atención?

La mirada, ay, hace mucho lo que le da la gana, tiende a fijarse en la belleza y posee una libertad que vuela más rápido que el dinero. El gran Rafael Azcona planteó a mediados del siglo XX dos de las grandes preguntas de la humanidad que siguen sin respuesta: ¿por qué nos gustan las guapas?, ¿son de alguna utilidad los cuñados? Yo añadiría una tercera: ¿por qué el león cuando envejece no se vuelve ­herbívoro?

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