Hemos entrado en el segundo cuarto del siglo XXI y nada de lo que sucede en el mundo tiene que ver con lo previsto. ¿A qué juega la historia? ¿A qué clase de farsa asistimos? Pero es la historia, véase con nostalgia o con enfurecimiento lo pasado.
Lo cierto es que no podemos dejar de mirar atrás, salvo que no queramos ver más que lo que tenemos delante. Pero más allá de lo que el pasado nos hace sentir y presentir está el problema de lo difícil que es sacar una conclusión y pronosticar el futuro. ¿Hemos aprendido de la pandemia de la covid? ¿Volveremos todos a rescatar los bancos de los ricos como en el 2008? ¿Retornará el fascismo?
Véase Israel y su política hoy: como si no hubiesen existido la destrucción del Templo, la matanza de los inocentes, el asedio de Masada, la diáspora, los pogromos, la Shoah. De víctimas a victimarios: el holocausto inverso de Gaza. Pongo dos casos más. Uno, el de tres fechas clave tras la Segunda Guerra Mundial. ¿De qué han servido los acuerdos de Bretton Woods, los juicios de Nuremberg y la Declaración de los Derechos Humanos? De no mucho, hoy, con la inestabilidad comercial y financiera, las simpatías fascistoides o por Hamas y el populismo iliberal que se sonríe de la democracia. Y el otro caso: la caída del muro de Berlín. Rusia y Occidente de nuevo enfrentados.
Cuánta razón en la mirada del “ángel de la historia” que dibujó Paul Klee y conservó Walter Benjamin. Mira atónito a uno y otro lado y abre sus alas queriendo escapar. En la universidad existe la asignatura filosofía de la historia. Yo no sabría explicarla. No hay una filosofía de la historia: esa es la única filosofía de la historia. Es claro que podemos y debemos estudiar el pasado; recordarlo, interpretarlo, intentar aprender de él. Pero una cosa es el conocimiento de la historia, y si se quiere la conciencia histórica, y otra es la historia misma, los hechos de la historia. La historia no tiene una filosofía. No la guían la razón ni el espíritu; ni las leyes de los hombres ni creo que de la providencia. No me hablen del “sentido histórico” ni del “lado bueno de la historia”.
Filosofaremos sobre la historia para no extraer ni una lección última ni un vaticinio. La historia no es predictible; la vanidad, la soberbia y la estupidez del ser humano, sí. Y que siempre habrá hombres y mujeres libres y valientes, también. Pero esto no es la historia, sino la naturaleza humana; la moral. Se puede creer en el ser humano, o en Dios, pero no en la historia.
