En los últimos tiempos, Europa está siendo objeto de humillaciones diversas, especialmente por parte de su socio americano. Sin ánimo de exhaustividad podría citarse: la intervención del vicepresidente estadounidense, en Munich, instándonos a “respetar la libertad de expresión” y posicionándose en favor de la extrema derecha; la increíblemente vergonzosa actuación del secretario general de la OTAN con el presidente Trump; la sumisión aparente de Von der Leyen y de Keir Starmer para reunirse con Trump en su campo de golf de Escocia; la ausencia de Europa en las conversaciones entre Trump y Putin sobre Ucrania; la penosa escena de seis “importantes” representantes europeos disciplinadamente alineados para escuchar a Trump en el despacho oval; la reiterada afirmación de que “Europa nos roba”; la indigna reprimenda sufrida por el presidente de Ucrania en el mismo despacho; la absoluta irrelevancia europea en la guerra de Gaza, con sus patéticas e inhumanas consecuencias…
Esta nutrida serie de afrentas –con su carga de vergüenza, propia y ajena– menoscaba severamente nuestra dignidad como ciudadanos europeos, excepto –aparentemente– la de la extrema derecha, que asume con entusiasmo una relación servil con su hermano mayor ideológico. Lo más grave, sin embargo, es que tales afrentas ponen de manifiesto la falta de respeto con que somos percibidos y anticipan –de hecho– el futuro que nos espera si no avanzamos decididamente hacia la unión política europea, los Estados Unidos de Europa.
Si optamos por ser un actor geopolítico soberano, dispuesto a tomar su destino en sus propias manos y capaz de hablarles de tú a tú a EE.UU. y a China, en algún momento, cuando se den las condiciones adecuadas, en algún momento habrá que retomar el diálogo con Rusia
Veámoslo con más detalle: en la guerra de Ucrania hay una divergencia escandalosa entre responsables de esta (por este orden, Rusia, Estados Unidos y Unión Europea; esta, por su falta de independencia) y perdedores (Rusia y Unión Europea, además, dramáticamente, de Ucrania).
Estados Unidos ha contribuido y contribuirá mucho menos que Europa y ha redirigido el flujo comercial y energético hacia su territorio, además del armamentístico, en nuestro detrimento. Algo parecido puede decirse de la guerra de Gaza: es harto probable que después del conflicto, en el que nuestra responsabilidad lo es por omisión e impotencia, sea Europa la que tenga que asumir el esfuerzo de la reconstrucción. En síntesis, el reparto de roles es absolutamente asimétrico: quien más paga es el que menos manda (en contra de lo que predica un conocido refrán catalán), a diferencia de lo ocurrido en el pasado reciente.
Sin embargo, el destino no es inexorable. La “dulce decadencia europea” a la que nos vemos abocados puede revertirse con realismo y rigor, humildad, esfuerzo, coraje y determinación. Recuperar la dignidad perdida, impulsando un proyecto de futuro portador de esperanza, el de la Unión Política Europea, requiere: reafirmar los principios, los valores europeos, el respeto al Estado de derecho, el multilateralismo, la vigencia del derecho internacional, el humanismo, la cohesión social, el respeto y la libertad; conseguir la plena soberanía en un orden multipolar, evitando la dependencia, el sometimiento y la irrelevancia, y preservar nuestro modelo civilizatorio; finalmente, elaborar conjuntamente una estrategia adecuada y ceñirnos a ella, ya que tenemos los conocimientos y los recursos suficientes para hacerlo (y experiencias positivas en nuestro haber, como la del Airbus).
Sin ánimo de añadir más dramatismo a una situación objetiva de riesgo como la que estamos viviendo, es importante ser consciente de que el tiempo no juega a nuestro favor. Seguir igual, mantener la actual inercia de mínimos acuerdos y consensos frágiles, nos conducirá progresiva e inexorablemente a la irrelevancia y al vasallaje irreversible dentro de un ámbito geopolítico en el que tendremos el papel de colonias modernas. Si esto es lo que los europeos asumimos voluntaria y conscientemente, no hay problema desde un punto de vista democrático. Si no es así, y no reaccionamos, nos mereceremos lo que nos ocurra. A lo más a lo que podremos aspirar es a salvar un poco la faz, a que nos humillen con más delicadeza.
Si finalmente optamos decididamente por ser un actor geopolítico soberano, dispuesto a tomar su destino en sus propias manos y capaz de hablarles de tú a tú a EE.UU. y a China, en algún momento, cuando se den las condiciones adecuadas, habrá que retomar el diálogo con Rusia. Salvo en el caso improbable de que su vocación a largo plazo sea convertirse progresivamente en vasallo de China, puede tener sentido plantearse la incorporación al bloque europeo, a la casa común europea.
Ni Rusia ni ningún otro país europeo por separado tiene realmente la capacidad de participar en pie de igualdad en el diálogo con China y EE.UU. De ahí la pertinencia del proyecto común, no menos viable que el que permitió la creación del embrión de la futura UE gracias al esfuerzo y a la visión de potencias recientemente enfrentadas en un conflicto terrible.
Llegado el momento (que no llegará solo: habrá que trabajarlo), habría que convocar la “conferencia para la paz y el desarrollo en Europa”, abierta exclusivamente a los países europeos, incluidas Rusia y Turquía, para abordar nuestro futuro común, construyendo democráticamente los cimientos de la Casa Común Europea.
Treva i Pau
Treva i Pau, formado por Jordi Alberich, Eugeni Bregolat, Eugeni Gay, Jaume Lanaspa, Carlos Losada, Josep Lluís Oller, Alfredo Pastor, Xavier Pomés y Víctor Pou
