Hemos visto en el cine robos de obras de arte tan sofisticados que cuesta de entender que unos ladrones se subieran a una escalera mecánica hasta el primer piso del Museo del Louvre, a plena luz del día y con una sierra radial, para llevarse las joyas que Napoleón III regaló a su esposa, la española Eugenia de Montijo. La operación se realizó en siete minutos, en los que no hizo acto de presencia la gendarmería.
La República francesa se ha quedado sin parte de las joyas reales, todo un símbolo de la grandeur francesa, aunque al menos salvaron una corona que se les resbaló a los asaltantes en su huida. El suceso tiene algo de metáfora de la situación de desconcierto que vive Francia, que no acaba de encontrar su papel en el mundo. Emmanuel Macron no tiene un día bueno, como si fuera víctima de una adversa alineación planetaria.
A Macron le preocupa que el mundo piense que Francia no es capaz de proteger su patrimonio
En efecto, la lectura que hacen muchos franceses es que si el Gobierno no es capaz de proteger su patrimonio, cómo puede ampararlos a ellos. El Estado francés, que ha demostrado históricamente ser no solo poderoso, sino también eficaz, anda trompicado. La deuda sigue descontrolada y los primeros ministros caen uno tras otro como fichas de dominó cada vez que intentan frenar el gasto.
Macron ha dado prioridad a resolver el caso del robo de las joyas reales. El presidente de la República está especialmente indignado porque en enero había encargado un plan sobre el Louvre, donde era prioritaria la seguridad de las colecciones. El presidente del museo ha intentado salvar su cabeza remitiéndose a que había pedido un informe a la policía para incrementar la protección de las obras que cobija el centro, que iba a ponerse en marcha.
Las joyas de la corona francesa se exponen desde hace un siglo y medio y sus vitrinas fueron restauradas hace seis años. El valor económico de lo robado es incalculable. Solo la tiara de la emperatriz Eugenia, que resultó dañada al caérseles a los cacos en su escapada, lleva más de 1.300 diamantes. Pero el valor histórico –y el simbólico– resulta aún mayor. Macron se juega mucho en la resolución de este caso. Nunca un republicano estuvo tan preocupado por las joyas de los reyes y reinas.
