Mi historia es como cualquier otra. Cuando me licencié trabajé para la empresa privada y para la administración pública y, hace ya veinte años, me di de alta como autónoma. Como tantas otras personas o empresas, aún siendo afortunada por lo bien que me va, sufro cada mes por si mis clientes necesitarán o no mis servicios, estarán contentos con el resultado y renovarán su confianza en mí atrayendo a otros posibles clientes. Como tantos otros si estoy enferma sigo trabajando, mis horarios y tiempo libre están condicionados a las necesidades y urgencias de mis clientes, y mis vacaciones, aún considerándolas muy necesarias y agradables, nunca se hacen imprescindibles si recibo una llamada o un encargo en esos días dedicados al asueto.
En ese transitar he ido trasladando a la siguiente generación productiva que hay que ser valiente, emprendedor y comprometido con la sociedad que nos da amparo. Que el esfuerzo es positivo y tiene recompensa. Que el país y su futuro necesitan gente activa que promueva iniciativas. Que si no encuentran empleo ni sueldo dignos pueden desarrollar sus capacidades profesionales por cuenta propia contribuyendo y ayudando al desarrollo económico de esta sociedad poniendo en valor lo que representa ser autónomo.
Ahora bien, de manera reiterada y concluyente de nuevo me asaltan enormes dudas al ser testigo estupefacto de como la legislación entorpece y mutila la supervivencia económica de este frágil colectivo.
Digámoslo claro y sin tapujos: ante esta nueva iniciativa de regulación de las cuotas de autónomos ahora matizada hay que pararse, gritar basta y alzar una gran voz para que nuestros representantes escuchen al enorme colectivo que usa menos que nadie la sanidad pública porque no pide bajas médicas, que desconoce gran parte de lo que son las prestaciones laborales que el estado del bienestar propone y que se queja en silencio cuando paga los tributos y aún no ha cobrado las facturas.
Hay muchas historias no tan afortunadas como la mía. Muchísimas realidades llenas de precariedad alrededor de los autónomos que hace que sea indecente que este gobierno progresista en lugar de blindarles aumentado su mínimo y exigible confort económico les ahogue poquito a poco en pro de mejoras futuras. ¿Con qué autoridad y convencimiento les decimos a nuestros jóvenes autónomos que colaboren en el desarrollo, enriquecimiento y progreso de este país?
No es justo ni equitativo ahondar en la precariedad que ya de por sí representa ser autónomo para todo este colectivo que intenta labrarse un camino profesional decente, contribuyendo con su iniciativa e interés y aportando con su trabajo y talento y defendiendo, día a día, aquello que facturan para que esta nación funcione.
No quieren (queremos ) sobrevivir. No deberíamos dar por bueno solo que sobrevivan. Debemos exigir que vivan y que lo hagan decentemente y de acuerdo con su esfuerzo presente y sin los cortapisas impositivos que les abocan al desencanto frente al sistema.
No está el momento como para jugársela.
Escuchen bien y atiendan señores “nuestros” representantes: la derecha vine cabalgando sin freno y, cada vez se ve más claro que, si este “progresismo” que gobierna no nos ayuda a todos a mantenernos en nuestro corcel, los que se bajaran sin remedio de este caballo, serán (seremos) demasiados.
En un país con la madurez democrática y empresarial necesaria debería ser justo que aquellos que tengan en cuenta al enorme colectivo de los autónomos tuviesen mucho que ganar y aquellos que minimicen lo que representan para el desarrollo del país mucho que perder.