Planteamientos políticos como sostener que no es necesario aprobar los presupuestos generales del Estado para gobernar; pretender que es posible afrontar la crisis de la sanidad pública en Andalucía con una dimisión y una disculpa pública, después de saber que alrededor de 2.000 mujeres que habían participado en los programas de cribado de cáncer de mama recibieron resultados dudosos o con retraso, o que se puede seguir gobernando la Comunidad Valenciana con normalidad tras la mala gestión de la dana que costó la vida a 229 personas son el resultado de que en política haya desaparecido la amenaza de que un fracaso notorio acabe con la carrera del responsable político.
Hoy los políticos ya no viven bajo el yugo existencial del miedo a perder el poder, a tener que rendir cuentas o a sufrir la inestabilidad política. Sus trayectorias ya no están conectadas a la fugacidad y a la mutabilidad del poder, ni al precio que deberían pagar si no cumplen sus promesas o si no hacen bien las cosas. Podría incluso argumentarse que, una vez el poder ha sido vaciado de la responsabilidad inherente a toda decisión política –incluido el no hacer nada–, se abre el camino hacia la destrucción de la denominada grandeza política, sustituida por la vulgarización de la acción pública. La espada de Damocles ha dejado de estar afilada; su imagen ha desaparecido de la cabeza de aquellos que ostentan el poder y se benefician de él, pues nada ni nadie turba ya su tranquilidad.
Los políticos ya no viven bajo el yugo existencial del miedo a perder el poder
Solo así puede explicarse que los políticos españoles no se sientan amenazados por una posible moción de censura, por el desgaste que implica no aprobar los presupuestos generales del Estado o los autonómicos, por el colapso de la red ferroviaria o eléctrica que gestionan, por vivir sumidos en una perpetua crisis de gobierno o por afrontar presuntos casos de corrupción que afectan a miembros que ejercen cargos muy determinantes en los partidos políticos.
Se suele afirmar que los errores de los políticos se deben a una tenaz voluntad de preservar el poder y luchar por él a toda costa, sin contemplar la posibilidad de que sus comportamientos estén determinados por la inercia política, por una actitud desinhibida ante situaciones trágicas que exigirían contención y aplomo. La política moderna, al no quedar expuesta a responder ante el error ni estar sujeta a asumir responsabilidades, y al no tener que afrontar las consecuencias de sus actos frente a la sociedad, ha dejado de prestar atención a los peligros que sus equivocaciones entrañan en la vida de los ciudadanos. La espada de Damocles, que en la antigüedad era de acero, ahora es de plástico reciclable: un juguete.
