La fractura económica

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Más de un primer ministro mataría (políticamente) por poder presumir ante sus ciudadanos de los datos de crecimiento económico que tiene España. Las cifras no tienen discusión alguna. Crecer a ritmos cercanos al 3% interanual es, sin duda, una rara avis en el rocambolesco mundo que nos ha tocado vivir. Pero una cosa es la macroeconomía y otra la microeconomía. El reto en este momento pasa por lograr que ese crecimiento llegue a todos los ciudadanos, especialmente a los más modestos. O dicho en otras palabras, estas cifras de récord tienen que permear en familias, jóvenes y migrantes. De nada sirve si el crecimiento no llega a toda la sociedad.

El ministro de Economía, Comercio y Empresa, Carlos Cuerpo, durante una sesión de control al Gobierno, en el Senado, a 30 de septiembre de 2025, en Madrid (España). El Gobierno se enfrenta una semana más a las preguntas de la oposición en la sesión de control del Senado. Entre las preguntas de la oposición están las medidas  financieras para comunidades autónomas fuera del régimen común, la regulación de símbolos y elementos contrarios a la memoria democrática o la funcionalidad de las oficinas anticorrupción.

El ministro de Economía, Comercio y Empresa, Carlos Cuerpo 

Diego Radamés/EP

“¡Es la economía, estúpido!”. Esta célebre frase atribuida al asesor económico de Bill Clinton en la exitosa campaña de 1992 sigue teniendo plena vigencia. Aunque lo oportuno hoy en día sería transformarla en una nueva versión: “¡Es la economía familiar, estúpido!”. La economía, si va mal, puede quitar gobiernos. En cambio, si va bien, no es garantía de mantener el poder. Se podría anticipar en este momento que España votará en el 2027, como máximo, con cifras económicas positivas, salvo que aparezca un cisne negro que frustre todo. Pero la clave no estará en las grandes cifras, sino en los bolsillos particulares.

En el PIB hay una clave que explica el momento político actual. En el PIB se encuentra la clave de por qué Sánchez podría completar la legislatura, si así lo desea. Él tiene el botón nuclear para decidir cuándo convocar elecciones, y lo tiene gracias a la macroeconomía. Si el país estuviera en recesión o creciera solo unas décimas, el escenario sería muy distinto. Por eso Sánchez se permite hablar de la economía española como la “locomotora” de Europa (no confundir con los “brotes verdes” de Zapatero).

Los datos macro, en efecto, son incontestables, y las redes sociales se afanan en explicar que, sin la inmigración, no serían posibles. Aquí hay otra clave importante. Las buenas cifras de empleo, con más de medio millón de ocupados en el último año y el récord histórico de 21,6 millones de afiliados, no serían posibles sin la inmigración. Y la buena marcha del consumo tampoco sería posible sin los migrantes. España es un país de acogida, y hasta José María Aznar ha reconocido que sin los inmigrantes la economía se pararía. A Vox le ha faltado tiempo para recordar las “regularizaciones masivas” de sus dos legislaturas.

Se da la paradoja de que estas grandes cifras macroeconómicas no terminan de cuadrar con las de las economías más modestas. Al contrario, existe una dualidad entre el crecimiento del PIB y la realidad de los hogares. Tres son los motivos de esta fractura: la inflación, que no cesa; el insuficiente crecimiento de los salarios, y, sobre todo, la vivienda. De nada sirve ser la locomotora de Europa en crecimiento si el ciudadano de a pie se tiene que preguntar por qué esa mejora no le llega a su familia.

La vivienda es el elefante en la habitación. Cualquier calificativo se queda corto ante una emergencia que ya tiene atrapadas a millones de personas. El agujero negro que supone acceder a un inmueble ya no afecta solo a las clases más modestas, sino que se extiende sin control a cada vez más familias de clase media. Intentar que este problemón no se siga haciendo más amplio es el ingente reto que tiene este Gobierno y que va a tener el próximo. La situación es de alerta roja, y la onda expansiva se nota en el día a día. Gabriel Rufián es de los que más claro están hablando.

Que la generación más preparada de la historia se enfrente a un problema de difícil solución suscita frustración. Es lógico. Nos enseñaron que había que esforzarse, crecer y, a ser posible, mejorar la situación de nuestros antepasados. Y, en ocasiones, se está produciendo una profunda fractura entre generaciones. El baby boom tuvo empleo estable y ha podido crear riqueza gracias al enorme progreso del país. En cambio, todo se torció con los millennials. La donación o la herencia no deberían ser la única forma de acceder a un inmueble en condiciones.

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El PP parece estar viendo que en la economía doméstica puede haber una clave para seguir robando votos al PSOE. En el casco socialista hay una vía de agua que aprovecha Feijóo: el 4% de los votantes socialistas del 23-J cogería en este momento la papeleta del PP. La fuente es el CIS (sin cocina).

El Gobierno deberá seguir remando en el terreno de la economía familiar, y aquí puede estar una de las claves de los próximos presupuestos que Pedro Sánchez promete presentar. Ello pasa por mejorar las condiciones para que este no sea un país donde solo mejoren unos pocos. El crecimiento tiene que ser inclusivo o no servirá de nada.

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