A media tarde suele aparecer casi a diario Donald Trump hablando desde el despacho oval. La Casa Blanca es una rueda de prensa en sesión continua. Si no lo hace desde su residencia oficial en Washington, los comentarios los realiza entrando o saliendo del avión Air Force One. No recuerdo un presidente norteamericano que haya hablado tanto para la prensa y, a la vez, el que más ha desautorizado personalmente a periodistas que no le gustan o que trabajan para medios críticos.
Trump se refiere con frecuencia a la política como negocio. Lo hizo cuando acorraló al presidente Zelenski en su primera visita a la Casa Blanca, lo ha reiterado al vislumbrar el futuro de Gaza como un gran complejo turístico, en el que su yerno tendría un papel principal, y lo repetía el martes mientras las excavadoras derribaban un amplio espacio del ala este de la Casa Blanca.
Recuperar la política como un servicio no debería ser un ideal ingenuo
Se está construyendo un salón de baile de más de ocho mil metros cuadrados. Mientras la maquinaria derribaba las viejas paredes, Trump decía que “probablemente oyen el bonito ruido de la construcción, esto es música para mis oídos. Me evoca el sonido del dinero”.
De hecho, el coste del salón de baile y recepciones lo pagará él personalmente, dijo, y no le costará nada al contribuyente. Su coste se calcula en 250 millones de dólares. No es problema. Según la revista Forbes, la fortuna de Trump ha pasado de 3.000 a 7.300 millones de dólares en un año. La apoteosis barroca del dinero, que diría Raimon Obiols, es la moneda de cambio en la Casa Blanca trumpista. Como en muchos episodios de su carrera, Trump parece disfrutar más del ruido de las máquinas de la construcción que del silencio de las deliberaciones colectivas. El nuevo gran salón no tiene licencia de los organismos del patrimonio federal.
Estos episodios revelan la identificación entre dinero, poder y éxito. Es un presidente que actúa como un magnate y que entiende la política como la extensión de los negocios y el dinero como prueba de autoridad. Una de sus expresiones preferidas es make a deal, llegar a un trato o negociar un acuerdo.
Es una visión empresarial de la política sin tener en cuenta las dimensiones humanistas, sociales y culturales. Recuperar la política como servicio no es un ideal ingenuo.
