El crecimiento de la extrema derecha y la radicalización de una izquierda quebrada y cansada dominan el panorama político y mediático europeo. También el español y el catalán.
Es cierto que elección tras elección los partidos de extrema derecha crecen en prácticamente toda Europa, donde se vive una tensión permanente entre la fuerte presencia de los extremos y la necesidad de estabilidad institucional. Puede parecer que los discursos más radicales dominan la escena pública, alimentada por las redes sociales y medios instalados en la polarización.
El debate está muy ideologizado, en blanco y negro, con expresiones puestas en boca de Donald Trump, por ejemplo, que ha dicho que odia a los oponentes y que persigue judicialmente a personajes que han estado en su Gobierno pero que se atreven a criticarlo. La libertad está en peligro en las democracias liberales.
El periodismo y la judicatura son dos profesiones de alto riesgo. Por la pérdida de las vidas de muchos profesionales de la comunicación, por supuesto, pero también por quienes desde el poder ejecutivo disparan dialécticamente sobre periodistas y jueces a los que se sitúa en la otra parte de un muro fabricado en los discursos, pero que no existe en la realidad.
Cuando Eric Hobsbawm, el historiador británico fallecido en el 2012 a los 95 años, escribió La era de los extremos, describía un siglo XX marcado por el choque entre fascismo y comunismo, entre guerras mundiales y reconstrucciones forzadas en tiempos de paz. Hoy, tres décadas después de aquel diagnóstico, Europa parece adentrarse en una segunda era de los extremos. Ahora no son militarizados, pero sí que plantean una batalla cultural, que pretende borrar la centralidad política que ha gobernado el mundo democrático en los últimos ochenta años.
Las redes amplían la indignación por causas legítimas, los partidos que quieren cambiar el mundo protestan y los parlamentos se fragmentan. Pero antes y ahora la gobernabilidad sigue dependiendo de un porcentaje notable
de votos que inclinan la balanza hacia el centroderecha o el centroizquierda.
La racionalidad y el bolsillo pesarán más en las urnas que los muros ideológicos y las emociones crispadas
Es inútil hacer predicciones y más en cuestiones políticas de futuro. Pero el hecho de que Vox, por ejemplo, haya avanzado mucho en las elecciones recientes y se haya retirado de prácticamente todos los gobiernos autonómicos de los que formó parte es una realidad. Parece más interesado en arrinconar a Núñez Feijóo, acompañando a Díaz Ayuso en su deriva populista, radicalizando a una derecha que difícilmente volverá a gobernar si se aparta del centro.
En los Países Bajos, el partido de Geert Wilders ganó las elecciones, pero no ha conseguido mantener la coalición de gobierno y el próximo 29 de octubre se celebran las legislativas anticipadas. En Francia, Macron ha hecho un nuevo apaño y podría agotar su segundo mandato, que expira en el 2027. El partido de Le Pen está siempre al borde de obtener la presidencia, pero no lo ha conseguido. Los expertos en política francesa sostienen que solo alcanzaría el Elíseo si en la segunda vuelta de las presidenciales tuviera delante a un extremista de izquierdas como Jean-Luc Mélenchon.
La extrema derecha sostiene al Gobierno sueco y está en el Gabinete de Finlandia. Hungría, Eslovaquia e Italia están gobernadas por la extrema derecha. Pero Giorgia Meloni, sostenida por su partido Hermanos de Italia, ha moderado su discurso para no romper con Bruselas y para administrar la lampedusiana singularidad italiana, que consiste en cambiarlo todo para que todo siga igual.
En Alemania, la cultura de la coalición de los dos grandes partidos impide que la extrema derecha llegue al gobierno. En el Reino Unido, Nigel Farage ganaría las elecciones según las encuestas, pero el mandato de Keir Starmer es largo y todavía puede corregir sus errores.
Hasta ahora, la centralidad en Europa funciona como un método de contención de los extremos y no como una ideología única y homogénea. A pesar del ruido y de los muros ideológicos, el futuro inmediato, también en España y Catalunya, será de quien gane la confianza de una masa crítica de electores que votan más con la cabeza y el bolsillo que con las emociones.
