Nicolas Sarkozy es el primer presidente de la República Francesa que ha acabado en la cárcel, acusado de haber aceptado que Muamar el Gadafi financiase su campaña presidencial. Como el Don Juan de José Zorrilla, podría decir que “a las cabañas bajé y a los palacios subí”, aunque la cárcel de La Santé no es una helada cabaña, sino una fría prisión, con más de 150 años de historia.
Sus abogados creen que podrán conseguir su liberación en tres o cuatro semanas, pero la imagen de Sarkozy de la mano de su esposa, Carla Bruni, vestida de riguroso negro como para ir a un funeral, saliendo de su elegante apartamento, camino de la última cárcel de París, impresionaba. Los franceses están en shock, porque los presidentes simbolizan los valores republicanos de la libertad, igualdad y fraternidad. Y Sarkozy representa el gaullismo, que remite a un general que desfiló por los Campos Elíseos el 25 de agosto de 1944, tras liberar los aliados la capital francesa, para convertirse en el nuevo líder del país.
Sarkozy se llevó a la prisión ‘El conde de Montecristo’, una obra icónica sobre la venganza
El propio Emmanuel Macron, con quien mantenía una relación de amistad, lo recibió tres días antes de ser encarcelado. El ministro de Justicia, Gérald Darmanin, piensa ir a visitarlo y no ha tenido ningún problema en decir en público que se sentía muy triste por la reclusión de quien fue su mentor político.
Sarkozy se llevó a La Santé un ejemplar de El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas. El expresidente, que siempre ha declarado ser inocente de los cargos que se le imputan y haber sido víctima de una conspiración, ha querido que le acompañara en su celda una obra icónica sobre la venganza. La historia de Edmundo Dantés, un hombre bueno, justo y enamorado, cuya felicidad envenena a dos de sus amigos, Fernando y Danglars, que le envidian su mujer y su ascenso. Un giro de la trama consigue sacarlo de la prisión en la que está encerrado por las mentiras de sus colegas y regresar con más poder para vengarse de quienes le traicionaron. La novela concluye con un mensaje, que podría hacerse suyo Sarkozy cuando salga en libertad: “Solo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema”.
