Intimidad optimizada

El amor contemporáneo parece regirse por el mismo principio que la seguridad vial: evitar accidentes. Hoy las parejas se enamoran con casco y cinturón puestos. Sobre todo quienes, nel mezzo del cammin de la vita, se encuentran en una selva oscura y buscan salida en otra más espesa: la del amor planificado, con su retórica de afinidades, en busca de la fórmula infalible contra el desengaño. El paradigma son las aplicaciones que prometen compatibilidad al usuario, encomendado al santo algoritmo para que le filtre decepciones. Esa búsqueda se parece a una inversión segura: sin sobresaltos, sin pérdidas, sin temblor.

FOTO: MANE ESPINOSA. PASEO LITORAL. UNA PAREJA SE BESA EN LA PLAYA DE LA BARCELONETA.

  

Mané Espinosa

Antiguamente –bueno, hace dos décadas–, el amor se confundía con el azar. Conocí al que sería mi marido en las escaleras de la universidad. Tenía, me dijeron, unos apuntes geniales de literatura. Alguien me dio su teléfono y –qué boomer – lo llamé y quedamos. Fue uno de esos flechazos en los que desaparece el suelo.

El problema es que, en el amor, la cautela, llevada al extremo, acaba en anestesia

Ahora, nada de flechas. Se habla de vínculos sanos, relaciones que fluyen, bienestar emocional. El único problema es que la cautela, llevada al extremo, acaba en anestesia. El vocabulario terapéutico disfraza el miedo a quedar expuestos.

He vuelto a los cuentos de Chéjov (siempre hay que regresar a Chéjov). En La dama del perrito no necesita más que un cuarto de hotel en Yalta y dos vidas cansadas para revelar la potencia de un amor inesperado, que los transporta hacia algo “muy bello y misterioso”.

Chéjov no glorifica la pasión, pero se la toma en serio. Sus personajes, atrapados en tediosos matrimonios, descubren que el amor, lejos de resolverlo todo, lo complica todo. Anna comprende que ha vivido de espaldas a sí misma. El cínico Gúrov siente algo que no controla y lo desnuda.

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Hoy se aspira a un amor cómodo y fluido, una forma de meditación o yoga integrada en la gramática del bienestar. Lo que en Chéjov era revelación y fisura se ha convertido en autocuidado que suma y optimiza.

Imagino qué sería hoy de Anna y Gúrov. Intercambiarían mensajes con emojis. El milagro –ese desorden que los trastocó de raíz– quedaría en un intercambio calculado. ¿Acordarían una relación abierta para no hacerse daño?

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