Si yo fuese feminista y de Bilbao –habiendo nacido hombre y en Barcelona está complicada la cosa–, trataría de saber si Isabel Preysler es un ejemplo para nosotras o una china en el zapato.
En su imprescindible Mi verdadera historia, Isabel Preysler revela que todas sus parejas, salvo una, fueron unos celosos, defecto inherente al machismo. Lo que antiguamente se conocía como “moros” (no confundir con los mahometanos).
A falta de una lectura reposada, el picoteo nos destapa que personalidades dispares como Julio Iglesias, Miguel Boyer o Vargas Llosa tuvieron ataques agudos de celos y se infiere que veían moros en la costa allí donde sólo había sociabilidad, cortesía y correspondencia no postal con los señores que, comprensiblemente, se acercaban a la autora, incluso sin fines ulteriores.
Vaya por delante que los celos son una enfermedad carpetovetónica, anacrónica y colchonera, aunque no la desterramos ni a la de tres y menos ahora cuando todo móvil y correo electrónico es una bomba de relojería. Dicho esto, ¿no le parece extraño a la autora que casi todas sus parejas tuviesen ataques de celos y no de gota?
El marido moro es un benefactor del divorcio y un plasta que no entiende aquello de lo tomas o lo dejas, porque hay mujeres que gustan y mujeres que no gustan, y por lo general, las primeras dan más sobresaltos (y alegrías).
El hombre celoso es un plasta que no entiende aquello de que o lo tomas o lo dejas
El hombre posesivo es inseguro, la mujer posesiva también, de ahí el mérito de las parejas que no mirarían el móvil del contrincante ni hartos de vino, bien por confianza, acaso por desinterés.
En la intimidad, el hombre moro es muy suyo, porque lo mismo se enfurruña por una nimiedad que le pide a su pareja que le cuente cómo hacía el amor con su jefe en aquel despacho de Torrelodones, cosas de la naturaleza humana.
Estamos, pues, ante una autobiografía ideal para discutir en pareja, leer en la cama y comentar en cenas de matrimonios, sobre todo si son liberales y practican el fútbol total. ¡Si sé de un parisiense al que otro caballero le agradeció lo bien que le había enseñado a su pareja cierta práctica oral!
Contra los celos, fair play.
