Hace unos días, en una comida con viejos amigos me encontré manifestándome al mismo tiempo pesimista y condicionalmente optimista sobre el futuro de Europa. Como no tengo la inconsistencia por virtud, aprovecho este artículo para explicarme.
Soy pesimista sobre el desarrollo de Europa hacia un Estado federal. Es decir, con un Parlamento que expresa la soberanía de un pueblo europeo al que rinde cuentas. Dotado de competencias políticas amplias y, sobre todo, con la capacidad de elegir un ejecutivo con autoridad para implementar sus políticas. Queda lejos y no veo un camino ni gradual ni repentino. La historia no me ayuda. Las federaciones se han constituido bien como reorganización de una realidad preexistente y unitaria jurídicamente (por ejemplo, las federaciones poscoloniales), bien para la expansión –impulsada por las armas, incentivos económicos o la apelación a un ideal nacional– de un Estado dominante. No son caminos transitables en Europa. Tanto o más importante: las federaciones son irrevocables.
Hoy la UE es un ente con un contenido administrativo alto que gestiona la Comisión. No lo menospreciemos y es vital que su funcionamiento sea eficiente. De tanto en tanto –pienso en Delors– la gran política pasa por la Comisión, de la misma manera que con Prat de la Riba lo hizo por la Mancomunitat. Pero el contenido político de la UE es bajo.
El Parlamento tiene poderes limitados y no es muy importante para los ciudadanos europeos. De hecho, la ciudadanía europea no existe como tal: los tratados se aplican a los “ciudadanos de los estados miembros”. En Europa, la soberanía radica en los estados y nada es irrevocable. Lo demuestra el Brexit. Añadamos que el Consejo –que viene a ser un Senado formalmente todopoderoso– está incapacitado por paralizantes reglas de unanimidad.
Europa tiene hoy dos retos: el de Trump, al que no le gusta la UE, y el de Putin, que nos hace la guerra
Soy optimista porque creo que Europa es una realidad en la conciencia de los europeos. Hay, con bastante fuerza, un sentimiento de identidad comparable al nacional de los diferentes estados. Creo plausible que si se demuestra que la perspectiva federal es un callejón sin salida, reconoceremos que quizá nos hemos equivocado al identificar el ideal de Europa exclusivamente con esta opción y hallaremos otros caminos para organizarnos con eficacia y atender los retos políticos existenciales a que nos enfrenta el mundo. Hoy son dos: el de Trump, al que no le gusta la UE, y aún menos una Europa donde los grandes estados vayan alineados, y el de Putin, que nos hace la guerra.
La vía federal puede estar obstruida, pero no hay dificultades estructurales insalvables para afrontar estos retos. Tenemos el potencial económico y los instrumentos para evitar la derrota en Ucrania y no dejar que Trump nos divida. Hace casi cien años se constituyó una alianza (“los aliados”) que derrotó al fascismo. El sujeto político por los retos actuales también pueden ser las alianzas –de geometría variable– de estados. Esta perspectiva permite recuperar el Reino Unido para el proyecto europeo.
En el terreno económico tampoco hay una imposibilidad estructural de implementar las recomendaciones de los informes Letta y Draghi. El asalto externo bifronte puede ser un catalizador de esfuerzos, y la industria de defensa, una rótula articuladora. La posible constitución de una gran empresa europea del espacio ha sido una buena noticia, importante también como precedente para otras iniciativas. Ojalá no descarrile.
Pero Europa no podrá contar en el mundo solo por la fuerza económica o militar, que comparativamente será baja, sino por ser un faro del ideal democrático y social. Ahora bien, el impacto de Europa en la democracia mundial tendrá que ser por el ejemplo, no por intervención directa. Europa, si quiere, puede salvar la democracia en Ucrania, no en Taiwán, y ha de procurar convivir en términos razonables con China. Finalmente, la condicionalidad. No es suficiente el “ yes, we can” de Obama en Europa; nos hace falta el “ yes, we want” La involución por la expansión de los movimientos populistas se tendría que contener. Las generaciones Erasmus se han de movilizar contra el populismo. En Francia, ya: el acceso a la presidencia del movimiento de Le Pen sería una victoria devastadora, quizá definitiva, de la anti-Europa.
