No sabemos qué hacer con las cosas que nos dejan los muertos, esas que guardan sus huellas recientes. En el funeral de Estado por el aniversario de la dana, Naiara Chuliá contó que aún conserva en el congelador merengue preparado por su marido el fin de semana antes de morir, cuando el agua se lo llevó todo. Tres días antes reían con amigos, celebrando el cumpleaños de ella y compartiendo los platos que él había cocinado. Antes, mientras pintaban juntos su hogar recién comprado, había pensado: “Soy tan feliz que me da miedo”.
 
            
La felicidad siempre oculta un filo cortante: no dura para siempre. En este caso, se truncó por un aviso de emergencia que no llegó a tiempo. Los griegos distinguían entre chronos, el tiempo que pasa, y kairós, el instante que importa: aquel en que una decisión puede salvarlo todo. El merengue sigue ahí, en el congelador, como testigo mudo de que alguien debió avisar y no lo hizo. En el duelo, el tiempo se congela. Aunque la vida sigue a otra temperatura, el doliente no siente el calor. Ese merengue, además, tiene el sabor amargo de la acusación: mientras algunos viven con el reloj detenido, otros juegan con el tiempo como estrategia.
Mientras algunos viven con el reloj detenido, otros juegan con el tiempo como estrategia
Un año después siguen lloviendo las mentiras. La versión oficial se reescribe para ganar tiempo, como si la cronología cambiante fuera un salvavidas. La falta de vergüenza de Mazón lo acompaña como una sombra fiel. Un año y 229 muertos después, el president quiso reservarse, la misma mañana del funeral, un minuto de vergonzoso protagonismo con el aplauso servil de los suyos. Lo insoportable de su conducta política no ha sido solo la mentira en sí, sino el empeño en aferrarse al cargo con la misma negligencia y frivolidad con que prolongó una comida mientras personas a las que debía servir morían.
Y no estuvo solo: su propio partido prefirió blindarlo. El debate interno en sus filas se centra en “medir bien los tiempos” para el relevo del líder valenciano: esperar el momento idóneo para apartarlo sin perder poder. Es una expresión que suena casi técnica, pero entraña una confesión: lo crucial no son las víctimas, sino la conveniencia.
 
            