La guerra es una condición permanente de la historia humana, siempre una fuerza destructiva que niega nuestra humanidad. La paz es la excepción. La caída del muro de Berlín abrió un destello de luz. Lo festejamos con Emma, mi mujer rusa, atravesándolo varias veces en un día. Los años siguientes el deseo colectivo de muerte de los humanos fue oscureciendo la esperanza.
En el siglo XXI la violencia más delirante se ha apoderado del mundo. Irak, Siria, Nueva York, Afganistán, Sudán, Somalia, Etiopía, Darfur, Sudán del Sur, Libia, Birmania, Camboya y Tailandia, Azerbaiyán y Armenia, India y Pakistán, Israel con Irán, Yemen y Líbano, Mozambique de nuevo, Colombia y tal vez Venezuela, son eslabones de la cadena de horror que atenaza el planeta. Un horror que alcanza su paroxismo con la atroz guerra de Ucrania tras la invasión rusa, con la masacre de israelíes por Hamas y por el genocidio que Israel lleva a cabo impunemente en Gaza, asesinando a decenas de miles de mujeres y niños. Se estima que en este siglo las guerras han matado unos diez millones de personas y han desplazado como mínimo a 120 millones de refugiados.
El Papa y otros líderes religiosos en el encuentro en Roma
La tensión geopolítica aumenta por momentos, con el trasfondo siniestro de ejercicios nucleares. Es urgente y trascendente un movimiento global por la paz sin condiciones ni calificativos. Y de ahí la significación del encuentro mundial Atreverse a la Paz, que organizó esta semana en Roma la Comunidad de San Egidio, con diez mil participantes, incluyendo líderes de las principales religiones del mundo, que suscribieron un manifiesto por la paz que tendrá resonancia. Ahí estaba el papa León XIV, pero también el imam de la mezquita Al Azhar de El Cairo, la máxima autoridad suní, representantes chiíes, budistas japoneses y camboyanos, pastores protestantes de diversas denominaciones, las iglesias ortodoxas europeas (menos Rusia), las iglesias cristianas de Oriente (coptos, asirios, armenios). Y destacados rabinos europeos que no pronunciaron la palabra Gaza en todo el encuentro.
Las reuniones incluyeron decenas de paneles temáticos, que se reunieron en distintos puntos de Roma. Elaboradas intervenciones seguidas de intensas discusiones sobre una amplia gama de temas, desde los refugiados y los inmigrantes hasta la ética de la inteligencia artificial, incluyendo análisis de los procesos políticos, siempre con cuidado de no caer en la polarización que se denunció como el mayor peligro.
Hay un rebrote religioso importante entre los jóvenes que buscan valores en los que creer
El arzobispo Paglia, una mente preclara, sí dejó caer que en el contexto actual el santo preferido de los líderes políticos es san Narciso. También hubo múltiples testimonios directos de supervivientes de guerras y abusos, que conmovieron profundamente a los presentes. Y hubo muchísimos jóvenes, una presencia significativa que converge con el análisis reciente que hizo Enric Juliana en este diario. Hay un rebrote religioso importante entre los jóvenes que buscan valores en los que creer.
La mayoría de los jóvenes no se han hecho de extrema derecha, como empieza a decirse. Sino que buscan referencias que no encuentran en la política tradicional, referencias más éticas que políticas, formas de solidaridad con los otros para combatir la estigmatización del Otro que practica la política del odio. Buscan autenticidad y, más allá de los oropeles litúrgicos, encuentran una conexión con un Dios suyo que les da sentido.
La clausura se celebró en el interior del Coliseo, retransmitida por streaming. Allí se reveló la figura de un papa que manifiestamente ha hecho de la paz y de los pobres el eje de su actuación. Figura menuda y frágil, voz contenida, tono reflexivo, conforme fue desgranando su plegaria por la paz se fue engrandeciendo y haciendo enérgica, hasta que su voz se hizo grito: “¡La guerra nunca es justa! ¡Solo la paz es santa!”. Y volvimos a casa con la determinación de seguir luchando por la paz.
