Es una alegría observar esta revolución de los pies en la que andamos últimamente. Ese espectáculo diario de zapatillas deportivas que suben y bajan las escaleras del metro, en hora punta; multitudes de pies de mujeres, en un avance radical, liberadas del tacón. Esas jóvenes pisando calles, universidades o discotecas con botas casi de montaña que permiten correr, bailar sin freno o dar patadas. Ancianas a punto de trepar a los árboles con nietas que calzan la misma suela ergonómica que ellas. Qué liberación para las señoras de toda la vida bajar del eterno medio tacón y alcanzar la zapatilla deportiva, como balonmanistas de la vida.
Millones de dependientas, cocineras, cantantes, camareras, actrices, doctoras, carniceras, directivas, amas de casa o violinistas pisan por fin suelo firme en sus jornadas interminables. Hay una infinidad de deditos de pies en expansión. Gracias a la conquista de la comodidad femenina pedestre.
No tardarán en llegar estudios sobre las consecuencias del dolor de pies en el intelecto
Las niñas del futuro se morirán de risa al ver imágenes de sus tatarabuelas zozobrando física y psíquicamente por la vida, haciendo equilibrismo. Subidas a unos tubitos apretados en las calles, las oficinas, las cocinas o los tanatorios. Les costará entender aquella extraña costumbre del zapato de tacón que, al parecer, empezó siendo masculina (por un tema de altura y seguridad en los estribos de los caballos) y acabó adoptada por las mujeres durante tres siglos extenuantes. Pronto veremos esos ejemplares locos de tacón de aguja de 30 cm, con puntera triangular, deditos muertos, en las mejores colecciones de instrumentos de tortura de los museos occidentales.
Del mismo modo en que Virginia Woolf nos hizo ver el efecto de la pobreza material en la mente femenina, no tardarán en llegar estudios sobre las consecuencias del dolor de pies en el intelecto. Es inútil lamentar cuántas ideas, cuántos avances científicos, creaciones literarias, saltos, chistes o simples paseos por el bosque se ha perdido la humanidad por culpa de ese dolorcito constante, picudo y mortífero que trepa por los deditos, la pierna, la espina dorsal y el cogote, hasta alcanzar, sin duda, las neuronas más sensibles.
Celebremos el final de ese pitidito en el cráneo de la mujer. Ya en tierra, bien plantadas, nadie sabe adónde vamos a llegar: es la gran revolución de los pies.
