Jarandilla de la Vera es un pueblo de Cáceres conocido sobre todo por el pimentón y por su proximidad al monasterio de Yuste. Una mirada más próxima y el contacto con sus habitantes nos descubren algunos de los secretos de la llamada España vaciada y las causas de su situación actual. Porque Jarandilla forma parte de la España vaciada: entre 1960 y 1970 perdió la cuarta parte de sus habitantes. El número de los censados en el pueblo, algo menos de tres mil, excede al número de residentes: muchas de las casas están en venta, otras tienen puertas cerradas y persianas echadas.
En la calle principal, una casa llama la atención: tiene la arquitectura de una casa suiza, y en el aparcamiento hay un coche con matrícula de Berna. Por curiosidad, nos acercamos a un hombre mayor, sentado en un banco al sol. Nos sentamos a su lado y nos presentamos. Nuestro interlocutor se llama Cirilo, es el cerrajero del pueblo y ha sido muchos años concejal del Ayuntamiento. Todos cuantos pasan por delante lo saludan: es una autoridad local. Preguntado, nos dice que la casa perteneció al que fue médico del pueblo y, de 1964 a 1976, su alcalde. Y a continuación, durante una hora, nos va desgranando la historia reciente de Jarandilla a través de la dinámica entre él, un hombre del pueblo, y el médico, en el papel de cacique, sin olvidar la ayuda de una gran benefactora que legó todo su patrimonio a Jarandilla.
Cirilo y el médico colaboraron en muchas de las mejoras del pueblo; seguramente se debe a la influencia del médico que el castillo de los condes de Oropesa entrara en la órbita de Paradores. Pero hay una cosa en la que no se pusieron de acuerdo. Si bien en 1967 se dotó al pueblo de una escuela de niños, la insistente petición, encabezada por Cirilo, de un instituto de enseñanza media que incorporase formación profesional no fue nunca atendida. El instituto no se creó hasta 1997. Una generación perdida. Es posible que la resistencia partiera de unos propietarios de fincas que no deseaban enfrentarse a una mano de obra mejor formada y, por consiguiente, más cara. Eso ha ocurrido en otros pueblos, y la falta de oportunidades suele estar en la raíz de muchos éxodos.
Hay que evitar convertir la España vaciada en un vertedero de actividades que otros no quieren en su casa
Vaciado no es sinónimo de muerto. Adosado a la iglesia está el museo, a cargo de una persona, Almudena, que contribuye a mantener la vida del pueblo dando a conocer su festividad local, la fiesta de los escobazos, que conmemora el descenso de los cabreros de la sierra, que alumbraban su descenso con enormes columnas de retama. Almudena se comunica con otros pueblos, en toda la Península, que tienen rituales similares (los hay en el Pirineo), y su ambición es reunirlos e intercambiar experiencias.
El vaciado actual no es inevitable. Al contrario: por varias razones, la comarca puede hoy, como otras muchas, ser una gran oportunidad. La necesidad de poner en valor la tierra para contrarrestar el encarecimiento de los alimentos, las exigencias de una agricultura que preserve la fertilidad de la tierra, las necesidades de la reforestación requerirán una formación superior y la asistencia de profesionales de todas clases. El vacío creado por el retraso en la formación se irá colmando.
La repoblación de zonas hoy llamadas vacías contribuirá a aliviar la presión sobre la vivienda en las grandes ciudades, una presión que no desaparecerá en el futuro próximo. Las persianas echadas son de los que buscaron trabajo en otro lugar, pero que vienen en verano a su pueblo; quizá tengan ahora la oportunidad de quedarse.
La experiencia del Banco Mundial enseña que los proyectos de desarrollo fracasan si en el lugar de destino no se cuenta con un núcleo local de gente dispuesta a trabajar en ellos. El contacto con Cirilo y Almudena es prueba de que ese rescoldo existe. Hay que alimentarlo con recursos. Hay que evitar la tentación de convertir la España vaciada en un vertedero de actividades que otros no quieren en su casa (¿se acuerdan del porcino en Catalunya o de los proyectos de macrogranjas?). Se nos ofrece una oportunidad de construir un mundo mejor que el que recibimos; deberíamos aprovecharla.
