¿Charcutería plurinacional?

Hacer un par de semanas hablé de la chistorra, hoy le toca a la botifarra. El señor Flick, entrenador del FC Barcelona, aparcó por una vez la rígida compostura germánica, para marcarse una triple botifarra de celebración por un gol in extremis endosado al Girona Fútbol Club. Puede pensarse, por tanto, que se trató de una botifarra de germanor, lo que justificaría las conciliadoras declaraciones del señor Yuste, vicepresidente del Barça, que interpretó el gesto como una espontánea celebración, añadiendo con festiva ironía: “¿El corte de mangas? Es una butifarra, un plato típico de Catal­unya... Veo que Flick está muy integrado”.

Entreno del FC Barcelona previo al clásico contra el Real Madrid. Hansi Flick

   

Mané Espinosa

De lo que se desprende una jugosa conclusión: que una botifarra puede resultar definitiva a la hora de acreditar la integración en el Principat, de modo que no sería raro que, a partir de ahora, se prodigase este gesto como señal de pertenencia a esta comunidad­. En consecuencia, no debería extrañarnos en el futuro que nos sintamos interpelados, en corto y por derecho, mediante este contundente símbolo de fraternidad. Y hay que insistir, además, en el carácter de plato típico catalán de la ensalzada botifarra, tanto si se presenta a palo seco como si se sirve con unas mongetes fritas con mimo. En ambas variantes, boccone di cardinale.

Es inevitable preguntarse, al divagar sobre la botifarra, qué ha escrito sobre ella Josep Pla. En el tomo 22 de su obra completa – El que hem menjat – dedica un apartado a “El porc. Les botifarres”. Comienza diciendo que Catalunya “es un país en el que la gente tiene el sentido práctico y económico en la masa de la sangre (…). Así, no es extraño que se haya llevado el aprovechamiento de los productos del cerdo hasta el extremo (…). Del animal se aprovecha todo: de las orejas a los pies y del morro a la cola”. Y añade que, en este punto, “el Ampurdán ha manifestado una cierta imaginación y ha obtenido resultados apreciables”, como “la botifarra de sal i pebre (…), pero también se ha producido una botifarra de perol, una botifarra dolça y una botifarra negra muy razonable”. Su conclusión es clara: el am­purdanés no es “un puro contemplativo”, sino que también es “un especialista en botifarres ”.

No sería raro que se prodigase la ‘botifarra’ como señal de pertenencia al Principat

Pla sostiene con cierta solemnidad que “este país ha elaborado un plato que tiene todo el aspecto de haber arraigado en todas las épocas y todas las comarcas: es la botifarra amb mongetes (…) un plato que se puede presentar en todas partes en la seguridad de obtener movimientos de comprensión unánimes y que se puede ofrecer en cualquier momento: a la hora del desayuno, en la comida y en la cena. Para los naturales del país, el plato es una combinación tan ligada a la manera de ser de la gente, que no puede ser más representativa y virtual. Al catalán le gustan las mongetes y siente la titilación de las botifarres”. No se puede decir más: es un plato nacional. Dicho esto, se plantea un debate trascendental.

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En un ámbito geográfico tan definido como la península Ibérica y, en concreto, en lo que para unos es España –una nación– y para otros el Estado español –solo una entidad jurídica–, estalla una cuestión compleja, de ardua resolución, provocada por su plural riqueza chacinera: ¿ante que estamos?, ¿ante una unidad chacinera en lo universal o ante una confederación de chacinerías ibéricas? La respuesta ha de ser ambigua, porque, si bien es cierto que el cerdo proporciona, como componente sine qua non, un común denominador porcino a todas las creaciones charcuteras ibéricas, también lo es que las diversas formas de preparación y condimento provocan una gran disparidad en la elaboración y forma de los distintos embutidos, que se convierten así en una seña de identidad de su comunidad de origen.

Ante la dificultad de inclinarse por una u otra respuesta –unidad o plurinacionalidad chacineras–, es mejor prescindir de elucubraciones y optar por saborear el embutido más apetecible en cada momento, dejando al margen su origen, así como las sesudas disquisiciones sobre si los em­buchados son o no portadores de valores eternos.

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