Spotify Camp Nou Rosalía

confusión vital

Cuando uno revisa unas obras, lo primero que debe inspeccionar son los baños. Y es lo que hice cuando entré en el nuevo Spotify Camp Nou. Impolutos. Unas señoras de la limpieza me dijeron la verdad. “Los días de partido no veas cómo los dejan”. Les pregunté si habían podido levantar alfombras para saber el estado del club. Se rieron y me pidieron que ni se me ocurriese decir sus nombres.

opi3 del 8 novembre

 

Martín Tognola

Acudí al estreno del Camp Nou como cuando iba a las presentaciones del primer equipo del Barça, por los años ochenta. Caían a mediados de julio, con un calor asfixiante. La infancia también pueden ser recuerdos de un estadio de fútbol, aunque no quede tan poético como un patio de Sevilla. Ayer intenté llegar hasta el asiento en que seguí con mi padre, a vista de pájaro, tantas ligas perdidas. Gol Sud. Tercera gradería. Boca 422. Justo bajo aquel marcador que no siempre daba buenas noticias. “Aquí es desde donde mejor se ve el fútbol”. Y me lo creía, claro, como creí que no había jamón mejor que el de los supermercados Grupo80.

La tercera gradería aún no está acabada. Y ya se intuye que entre la segunda y la tercera habrá unos palcos de lujo con los que sacarán más dinero con unos cuantos guiris ricos que con los socios de toda la vida. Porque el fútbol dejó de ser romántico, aunque a veces dé algún último coletazo.

El fútbol dejó de ser romántico, aunque a veces dé algún último coletazo

Estrenar un estadio a medio hacer, un viernes por la mañana del año 2025, con un entrenamiento al que acuden todas las personas que caben ahora mismo en el campo (23.000) me parece puro romanticismo. Ayer el ambiente tenía algo de nostalgia. Señoras y, sobre todo, señores mayores que no han pisado Montjuïc porque les parecía una excursión al Himalaya, y que ayer volvieron a su estadio con la emoción de un niño. “Pensaba que no lo vería”, me dijo uno. “Aunque acabado… eso sí que no lo veré”. El culé, siempre tan optimista. Hasta la distribución del público fue la habitual: una Tribuna más silenciosa y exigente, y un Gol Sud mucho más animado, en especial cuando los futbolistas al acabar el entreno empezaron a lanzar pelotas de reglamento al público, que el personal se mató por cazar como si cayesen de una avioneta en la playa de Castelldefels. Pura nostalgia.

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Tuve la suerte de encontrarme a un ­histórico del periodismo culé, Lluís Canut, el inventor del término gardela. Me contó que él nació en 1957, el año que se construyó el campo, y que en el partido inaugural, un amistoso entre el Barça y la selección de Varsovia (Legia de Varsovia según Wi­kipedia, en cualquier caso un equipo ­polaco, nada es casualidad), el club pactó con el rival para que le dejase meter el primer gol del campo nuevo. Y Eulogio Martínez pasó a la historia. Entonces, me dijo ­Canut, cabía más gente porque no había asientos, sino bancos de madera, y los espectadores se apretaban tanto como podían. Un socio que pasaba por allí sentenció: en esta última reforma los asientos son más pequeños y la distancia entre filas, también. Cuánto daño ha hecho Ryanair.

Llegué a casa y busqué imágenes de aquella inauguración, narrada por la tradicional voz del Nodo, cuando al Barça se le denominaba Club de Fútbol Barcelona, porque Fútbol Club no era lo suficientemente español. Se sacó en procesión a la Virgen de Montserrat, que quedó instalada en la capilla que el club ha mantenido reforma tras reforma. Ayer no hubo Moreneta. Ahora la Escolanía canta con Rosalía, que ayer no sonó por megafonía. Un error. Si yo fuese presidente, el próximo himno se lo encargaba a la de Sant Esteve Sesrovires, y no descartaría que el nombre completo del estadio fuese Spotify Camp Nou Rosalía. Tradición y modernidad, como en su último discazo. Seríamos imbatibles.

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