De esta agua no beberé

A muy pocos de nosotros –de hecho, no conozco a nadie– se nos ocurriría pedir agua del grifo cuando comemos en un restaurante. El, para muchos de nosotros, horrendo sabor a cal y cloro nos disuade de ejercer ese derecho legal: todo restaurante debe ofrecer agua del grifo gratuita e ilimitadamente a sus clientes. Pero ¿a quién se le ocurre autoinfligirse ese tormento en la ciudad de Barcelona?

foto XAVIER CERVERA 18/06/2017 turistas rellenando sus botellas de agua -protegiendose del sol por las altas temperaturas- en las rambles ,concretamente en la mitica fuente de canaletas, barcelona

   

Xavier Cervera / Archivo

Muy distintas son las cosas en Francia, donde resulta muy habitual que la gente pida une carafe d’eau con el almuerzo, que se combina (o no) con otras bebidas del gusto de cada cual. El buen sabor del líquido que brota de la mayoría de grifos franceses convierte en un capricho pedir un agua mineral, un placer añadido que estimulan algunas cartas de aguas muy completas. Aunque, en realidad, ahora es un establecimiento de Ourense, O Lar do Leitón, el que ostenta la más extensa del mundo, con más de 150 opciones procedentes de una treintena de países y botellas que van de los 2,30 euros hasta los 17.500, pues ese es el exorbitante precio de la japonesa Fillico, que se extrae del subsuelo al pie del monte Nunobiki, en Kobe, y se sirve en una botella que es considerada un artículo de joyería, con ornamentos de oro, plata y obsidiana. No es de extrañar que, en determinados círculos, se esté prestigiando cada vez más el oficio de hidrosumiller.

Lo que resulta denunciable es que cada vez más restaurantes te ofrezcan agua del grifo filtrada y te la cobren

Pero lo que resulta denunciable, aunque sea legal, es que cada vez más restaurantes te ofrezcan, bajo burdos pretextos ecológicos, agua del grifo filtrada y te la cobren, sin darte opción de optar por una mineral embotellada. Escribo estas líneas tras salir de cenar, en un céntrico y concurrido lugar (no intenten reservar para el mismo día) donde, pese a ofrecer decenas de variedades de vino y más de cien platos, la única opción de beber agua es pasar por el aro del filtro, que tampoco es anunciado como tal en la carta.

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El mejor catador de aguas que he conocido –cuando era periodista precario y callejero– fue el (ya fallecido) doctor Oliver-Rodés, a quien entrevisté una vez, en su despacho de la rambla Catalunya. El hombre que analizaba todas las aguas de España era capaz de distinguir a ciegas la marca de lo que estaba bebiendo en cada momento. “Es más difícil que con el vino porque el agua no tiene color ni sabor, solo puedes guiarte por el sabor”, decía, orgulloso. Tratar a gente como él me hizo ya de muy joven recelar de aquel dicho de “no te fíes de aquellos que beben agua”. Para el refranero, no hay como los beodos.

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