La extrema derecha ha recibido un par de revolcones electorales que cuestionan la inevitabilidad de su ascenso al olimpo. Un desconocido, emigrante musulmán y treintañero, ha ganado la alcaldía de Nueva York contra el candidato del todopoderoso Donald Trump. Zohran Mamdani ha protagonizado una campaña rutilante asumiendo postulados socialdemócratas y esquivando los dardos que le lanzaban desde la Casa Blanca y el escepticismo de su propio partido. Hace unos días, y contra todos los pronósticos, los liberales (D66) fueron los vencedores de las elecciones generales en los Países Bajos. Las encuestas daban una clara victoria a la extrema derecha (PVV) del xenófobo Geert Wilders, pero perdió un tercio de sus escaños y, lo más importante, su capacidad de condicionar el gobierno. El liberal Rob Jetten, también en la década de los treinta, abiertamente gay y exconcursante de televisión, ahora tendrá que sumar el mejunje de partidos para optar a primer ministro.
Mamdani y Jetten, aunque les separa un océano, tienen rasgos comunes. Sus campañas han sido en positivo, ofreciendo alternativas aterrizadas a los problemas de los ciudadanos, frente al perpetuo anuncio del apocalipsis que ofrecían sus adversarios. Los dos han ganado porque los electores se han visto reflejados en sus ideas y porque están hartos de que la única alternativa a la crisis de la vivienda, el deterioro de los servicios sociales o la zozobra institucional sea la amenaza del lobo con piel de inmigrante. Y porque ya han podido constatar en su propia cartera que cuando los populistas tocan poder, sus teorías de la conspiración y las soluciones de duros a cuatro pesetas se estrellan contra la realidad.
Zohran Mamdani y Rob Jetten, aunque les separa un océano, tienen rasgos comunes
Algunos, como los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, ya se han olido la tostada y se adaptan a las circunstancias abandonando, por ejemplo, su plan estrella, enviar a los inmigrantes ilegales a cárceles de Albania. Es cierto que otros resisten irreductibles como el Fidesz del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, el Partido de la Libertad de Austria o el neonazi AfD en Alemania, y el riesgo de que los populistas influyan o se hagan con los gobiernos de Francia o Gran Bretaña es alto.
Pero la luz de esperanza encendida en los Países Bajos y en Nueva York demuestra que no es una profecía autocumplida que la llegada de la extrema derecha al poder sea una cuestión de tiempo. Ni tampoco que para evitarlo haya que tragar antes la purga de sus tropelías dinamiteras.
