“Hubo un momento en España en el que una de cada 500 personas consumía heroína”, le dice el músico Ariel Rot a Alba Flores en un momento del documental Flores para Antonio. No sé si esa cifra es cierta o es una de esas estadísticas que damos porque sentimos que tenemos que aportar números para que nos crean.
En otro momento de la película de Elena Molina e Isaki Lacuesta, la actriz dice que lo que peor ha llevado de pertenecer a una familia tan pública es el estigma en torno al consumo de droga de su padre, fallecido cuando ella tenía ocho años. No es casual que el documental coincida con Romería, de Carla Simón, con libros como Nela 1979, en el que Juan Trejo reconstruye la vida breve de la que fue su hermana mayor, fallecida a los 21 años, y con trabajos periodísticos como Memòria de l’heroïna, de Fúlvia Nicolàs y Xavi Garcia Balañà. En este aparecen también supervivientes, los que no murieron de sobredosis o sida y hablan de aquellos años con dolor pero sin vergüenza. “Éramos muchos, éramos muy guapos y éramos muy jóvenes”, dice Xulia Alonso, que ha escrito también sobre su experiencia como “niña bien” y consumidora temprana de heroína en la Galicia de los ochenta en el libro Futuro imperfecto. “El Vaquilla lo tenía peor que yo”, admite también Jordi, otro de los testimonios del documental, hijo de familia acomodada que llegó a esa droga tras probar el opio en un viaje a India.
Simón y Flores tratan de entender de manera radical a quienes podrían reprochárselo todo
Asombra y emociona el diálogo generacional que se está produciendo, dentro y fuera de los libros y las películas, entre esos supervivientes y los que se quedaron, los hijos de los que ya no están para contarlo. La gente como las propias Simón y Flores, que están haciendo quizá el mayor ejercicio de generosidad que se puede hacer, entender de manera radical a quienes podrían reprochárselo todo.
En Flores para Antonio, varios miembros de la familia Flores le dicen a Alba que estaban esperando que fuera ella la que levantara el velo para poder hablar todos y, de alguna manera, eso también ha sucedido a nivel colectivo. Han tenido que llegar esas hijas clarividentes y decir: basta de enterrar a nuestros padres en el silencio. Contad, por favor, cómo fue aquello.
