Nuestras inquietudes

Nuestras inquietudes
Staff Writer

Nombremos algunas cosas que son temas reales y veamos qué tienen en común. Si es cierto que la educación crea riqueza, ¿por qué hay tan pocas ganas de conseguir que sea verdaderamente eficiente el sistema educativo? ¿A cuántas verdades renunciamos cada día para manifestarnos tan educados que ya no formulamos casi ninguna propuesta sólida? ¿Por qué es tan difícil decir la verdad? Decía Hannah Arendt que mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que nadie crea en nada.

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Europa Press

Si sabemos que la salud aporta riqueza, ¿por qué no intentamos que haya todo un ecosistema de salud, personal y sistema sanitario, hospitalario y farmacéutico que esté adaptado a las condiciones, recursos y expectativas de nuestro tiempo? ¿Es lógico seguir soportando la dureza de saber que hay gente vulnerable sin ser atendida suficientemente bien y que esta –¡qué amarga es la realidad– conviva con gente que vive del cuento? ¿Quién va a pagar todos los privilegios a los que todo el mundo parece aspirar? Las aspiraciones son infinitas, los recursos, no. ¿Qué y cómo debemos aprender? ¿De qué vamos a vivir si hay una parte del modelo económico ba­sado en repartir una riqueza que no sabemos crear? ¿Qué pasará cuando el depósito –de gasolina, agua, ahorros, recursos naturales– se vacíe? ¿Y qué pasa cuando se agotan los valores?

¿Quién cuidará a los ancianos? ¿Solo las personas que vienen de fuera? ¿Quién los defiende?

¿Cómo vamos a convivir, cuando no se respeta a la autoridad y, por citar un ejemplo, hay pacientes maleducados, o incluso agresivos, que insultan o amenazan a los sanitarios? O alumnos –o sus parientes– que intimidan a algunos maestros.

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¿Quién cuidará a los débiles? Ya no digo niños, porque en Occidente se han sustituido por mascotas, que cuestan menos y a las que se puede querer igual. No queremos la presión de ser padres porque aterra, la imposible –y a veces ridícula– aspiración de ser progenitores perfectos.

¿Quién cuidará a los ancianos? ¿Solo las personas que vienen de fuera? ¿Quién los defiende? ¿Dónde está el espacio digno para la vida de niños y jóvenes? ¿Cómo conseguir una vivienda asequible? ¿Cómo aceptar que tener techo sea sinónimo de algo inalcanzable para muchos?

Patrick Deville escribía en una novela lo que todo esto tiene en común: “Nuestras inquietudes son las mismas, el gran enigma de estar vivo y tener que sacar adelante la vida”. En eso estamos. Oscilando cada día entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad o del alma. Como asidero de esperanza, recordemos la frase en el filme Casablanca: “El mundo se hunde, y nosotros nos enamoramos”.

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