Xi Jinping es el hombre que no ríe. Como mucho se le escapa una sonrisa mefistofélica que hiela la sangre. Su hierática figura expresa dureza y poder, alguien que maneja con mano de hierro su país, consciente de que, bajo la dictadura del Partido Comunista, en China no se mueve ni una hoja sin su permiso. Tiene motivos para dormir tranquilo porque, a pesar de los síntomas de recalentamiento económico y las trabas al comercio mundial impuestas por Trump, el gigante asiático poco a poco se erige como el aspirante a ocupar el trono de la superpotencia del nuevo orden mundial.
A los fallos no forzados de Estados Unidos se suma la estrategia trenzada con paciencia oriental en todo el planeta, ofreciéndose como un socio fiable, dispuesto a invertir a cambio de dividendos y poco interesado en interferir en las cuitas internas de sus compañeros de viaje. Mientras los Estados Unidos de Trump se enmarañan en bombardeos a diestro y siniestro, coerciones arancelarias asfixiantes o amenazas y humillaciones a quien no se someta a sus órdenes, China multiplica su desarrollo, fortalece su ejército, multiplica sus pactos con amigos e incluso con adversarios como India, con la que mantienen divergencias fronterizas en las cumbres del Himalaya.
Las proyecciones apuntan que la economía china encabezará el podio mundial durante la década de los treinta
Las proyecciones apuntan que la economía china encabezará el podio mundial durante la década de los treinta, liderará la ciencia y la tecnología espacial el próximo cuarto de siglo y pronto será la fábrica de talento más potente del mundo en terrenos como la inteligencia artificial. No solo por su evidente ventaja demográfica y capacidad de crecimiento, sino también por su posición geoestratégica, que la ubica en el epicentro del nuevo futuro global, un espacio donde Occidente se empeña en ceder terreno ante el empuje que viene del este y a toda máquina.
Hace pocos días, un portacontenedores completó el primer viaje de un buque convencional de mercancías desde China hacia Europa pasando por el Ártico aprovechando el deshielo provocado por el cambio climático. El periplo empezó en Shanghai y después de veinte días de navegación terminó en Felixstowe, el mayor puerto de contenedores del Reino Unido. Tardó la mitad de lo que tardan los cargueros que atraviesan el canal de Suez y un tercio del tiempo empleado para circunvalar el cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica. Sí, lo han adivinado, la bandera del paquebote era la roja y estrellada de China.
A Xi Jinping no le hace falta reír, le basta dejar que el ciclo de la historia se cierre para que China vuelva a ser el centro de la humanidad.
