La moción de censura, obligación moral

Cuatro premisas: 1.ª. La actual legislatura está agotada: el Gobierno carece de una mayoría que le respalde. En esta situación, el orden jurídico expresado en leyes (la Constitución) y encarnado en instituciones (el Congreso) ofrece una alternativa: la moción de confianza o la convocatoria de elecciones. 2.ª. El presidente Sánchez no presentará una moción de confianza ni convocará elecciones por temor a perderlas, ergo su gobierno carece de legitimidad de ejercicio. 3.ª. El presidente Sánchez no es un político corriente. Le definen una determinación obsesiva y gélida, una ética elástica y un ego desatado. Es frío, sin empatía, culturalmente liso, políticamente lábil, de un egoísmo granítico y, por todo ello, muy sesgado, ya que solo tiene un norte: su permanencia en el poder al precio que sea. 4.ª. Si no se corta democráticamente esta trayectoria perversa, sobrevendrá un desastre más grave que el de 1898. España quedará deshecha: la nación descompuesta y el Estado desmembrado.

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Zipi Aragón / Efe

¿Qué hacer para evitar este desenlace? Solo queda un instrumento democrático: la moción de censura. El líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, debería promover una moción de censura en estos términos: a) Mostrando su disponibilidad para acordar con otras fuerzas políticas, sin mendigarla, la elección de un candidato de consenso, no parlamentario ni político en activo. b) Anunciando, como único punto del programa de este posible candidato, la convocatoria inmediata de elecciones generales. c) Obligándose este candidato a que, desde su eventual toma de posesión hasta la constitución del ejecutivo fruto de los nuevos comicios, limitaría su acción de gobierno a los asuntos inaplazables.

Se trata de dar la palabra a los ciudadanos con la convocatoria de elecciones generales

El líder de la oposición tiene la obligación moral de dar este paso. No puede permanecer impávido ante el anuncio por el presidente Sánchez de que seguirá en el poder hasta el fin de esta legislatura. La razón es clara: este Gobierno es ya un Gobierno ilegítimo. No lo ha sido de origen, pero sí lo es de ejercicio: porque carece de mayoría parlamentaria y porque no ha presentado los presupuestos dentro de plazo en tres ejercicios consecutivos. El presidente Sánchez detenta el poder, pero no lo ejerce legítimamente. Y en esta tesitura, quebrantado el normal funcionamiento de las instituciones democráticas, se producirá una progresiva deriva hacia un modelo autoritario. Escribe Ignacio Varela con razón que el comportamiento del presidente Sánchez “debe ser considerado como un acto de subversión constitucional”, ya que “en ningún caso es admisible que, tras perder la confianza del Parlamento, un Gobierno pretenda mantenerse en el poder por la vía de hecho, simplemente porque no aparezca en la Cámara una alternativa viable”.

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Por tanto –insisto–, Núñez Feijóo tiene la obligación moral, como líder de la oposición, de presentar una moción de censura con los requisitos indicados. Es cierto que él lo ha descartado, al decir: “No voy a dar un balón de oxígeno a Sánchez para que le ratifiquen”. Pero yerra. Sería tal y como dice si la moción de censura ofreciese un programa alternativo con intención de ejecutarlo. Pero no se trata de eso, sino de dar la palabra a los ciudadanos, para que ratifiquen a Sánchez o abran la puerta a otro gobierno alumbrado en unas elecciones inmediatas. Esta moción sería un ejercicio de la mejor democracia. Y, si no puede presentarse por no alcanzarse el quorum preciso para ello, quedaría certificada la ignominia de este Congreso incapaz de formar una mayoría, pero refractario también a su disolución. ¿Qué decir entonces de estas señorías responsables del fracaso? Pues que serían doblemente responsables: por egoístas y por cobardes.

Esta miseria moral será compartida, de darse, por amplios sectores de la sociedad española: un par de altos cuerpos de la Administración del Estado, la angélica tropa mediática de apoyo incondicional al Gobierno, los empresarios y directivos complacientes pro domo sua, y los ciudadanos devotos cerriles de unas siglas mancilladas. Estas conductas implican la rendición ante el poder.

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