Presunto inocente

confusión vital

Aeropuerto de Barajas. Una pareja, no más de 25-30 años, desayuna en la sala de Iberia. Me fijo en ellos porque los encuentro jóvenes y guapos. Van muy bien vestidos, con ropa de marca. Camisa con los dos o tres botones de arriba desabrochados. Jersey por si refresca en el avión. Como somos un saco de prejuicios, pienso en Cayetano, la canción de Carolina Durante, una de las letras del indie español que han caducado más rápido: “Todos mis amigos se llaman Cayetano, no votan al PP, votan a Ciudadanos”. Ahora la rima es más complicada.

opi 3 del 15 novembre

 

Martín Tognola

Cuando abandonan la sala, me pilla de pie mirando el panel de salidas de vuelos. Él se acerca por la espalda y me dice alto y claro: “Arriba España”. Yo, sorprendido por la situación, me giro y balbuceo con ironía “arriba, arriba”. Él, ya en la puerta de salida, se gira y me hace el saludo romano, muy al estilo Franco, que tenía un levantamiento de mano raro, como si le diese pereza estirar el brazo. Así lo dibujan en La cena, una peli dirigida por Manuel Gómez Pereira que todavía se puede ver en los cines. Ojalá vaya esta pareja joven y guapa.

Pregunto a compañeros de Madrid y me dicen que se ha convertido en algo habitual en su día a día. Si trabajas en El País, Eldiario.es, La Sexta, TVE o la Ser, entre otros, y se te ha visto en tertulias defendiendo al Gobierno de Sánchez, es fácil que al salir de casa de buena mañana alguien te insulte o te suelte un “Arriba España”, que para el caso es lo mismo. Ya le pasaba a Iñaki Gabilondo después del 11-M, la fecha que muchos colocan como el arranque de esta espiral de crispación que parece no tener límite.

También estoy convencido de que hay periodistas del Abc, la Cope, Antena 3 o El Mundo, entre otros, a los que sin venir a cuento les llaman fachas por tener una posición crítica con el Gobierno de Sánchez. Aunque diría que ahora se siente más envalentonado el que odia que el que ama.

El juicio al fiscal general es un partido de poder a poder: poder ejecutivo contra poder judicial

Creo que actualmente este es un fenómeno muy madrileño. Y no acabo de entenderlo. Su presidenta alabando la libertad, las terrazas, sus cañitas, la alegría, y a la vez una crispación que no te encuentras en ningún otro sitio de España. Y Madrid ocupa mucho espacio. Porque la fuerza mediática de la capital marca la agenda de todo un país. En Catalunya, que ya vivimos nuestro momentum, conocemos la dinámica. De hecho, para seguir teniendo competencias en crispación, contamos con una enviada especial, bregada en años de procés: Miriam Nogueras, ahora mismo la política catalana más Madrid Style.

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Todo, de una forma un poco ridícula, se celebra como un gol. A favor o en contra. La ruptura de una coalición, tumbar una ley en el Congreso, la opinión que nos llega de una autoridad europea sobre la amnistía. Y es en ese ambiente donde van a redactar los jueces del Supremo la sentencia del caso del fiscal general del Estado. El juicio se ha seguido como un Carrusel deportivo. Tarjeta amarilla del árbitro a un periodista por afirmar que a él no se lo filtró el fiscal general. El VAR comprobando jugadas de la UCO al límite o directamente fuera del reglamento. Es un partido de poder a poder: poder ejecutivo contra poder judicial. Muy táctico. Con el campo embarrado y la afición dividida. Un juicio donde ha parecido que el acusado tenía que demostrar su inocencia más que los acusadores su culpa­bilidad.

Ahora llega el momento de la porra: jugar a adivinar cuál será el resultado. Yo apostaría a que Álvaro García Ortiz saldrá absuelto, porque no creo que el tribunal que le juzga quiera arriesgar tanto. Pero en este país, tal y como estamos, Álvaro García Ortiz ya nunca dejará de ser presunto. En su caso, presunto inocente.

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