Nunca se fue

No me extraña que el franquismo sea revisitado amablemente por las élites económicas y culturales españolas. Es el sustrato adecuado al cambio que preparan hacia una democracia iliberal. La derecha nacionalista hace años que se preparaba para esta batalla, que empezó José María Aznar disfrazado de Cid Campeador, espada y casco en mano, fotografiado por Luis Magán en el castillo de Villafuerte de Esgueva (Valladolid) en un reportaje de El País de 1987.

Todos los que vivimos una parte de nuestra vida bajo el franquismo, recordamos perfectamente que, de los mitos nacionales que nos inyectaban en vena (escuela, Nodo, RNE, TVE), el Cid era uno de los más idealizados. La historia académica actual lo describe como un caudillo mercenario enfrentado o aliado a varios reyes peninsulares, al estilo de Evgueni Prigojin, fundador del ejército mercenario Wagner que murió en una revuelta contra Putin. En los años del franquismo, en cambio, el Cid fue el mito del coraje y la lealtad, un antecedente del propio Franco, sublevado contra el poder republicano para devolver a España a sus esencias.

(FILES) Demonstrators wave flags behind a banner depicting Spanish dictator Francisco Franco, as they take part in an annual gathering held to mark the 46th anniversary of the dictator's death, in Madrid on November 21, 2021. Spanish Prime Minister Pedro Sanchez on October 31, 2025 said his leftist government would accelerate steps to try and dissolve the Francisco Franco Foundation, in a speech a few weeks before the 50th anniversary of the dictator's death. The far-right organisation was created in 1976 to honour the memory of the fascist-backed general who overthrew a democratic republic in a brutal 1936-1939 civil war and ruled with an iron fist until his death in 1975. (Photo by PIERRE-PHILIPPE MARCOU / AFP)

Un cartel recordando a Franco en celebraciones del 20-N en el 2021 

Pierre-Philippe Marcou / AFP

El Cid formaba parte del Olimpo nacionalista español, ensalzado durante el franquismo, junto con los católicos reyes unificadores, con Felipe II y su imperio donde “nunca se ponía el sol”, Guzmán el Bueno y la primacía de la patria por encima incluso de la familia, de José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange y mártir de la Cruzada y, por supuesto, del propio Caudillo, capaz de imponerse a sangre y fuego, pero también con frialdad glacial de sentenciador a muerte, y, aún con astucia de inaugurador de pantanos, de servicial anticomunista de los americanos, de vendedor de seiscientos y de constructor de pisos sociales, cuarenta años de férrea dictadura y crecimiento económico sostenido.

Aznar, que es un año mayor que yo, era la destilación genuina de aquella dictadura, al igual que mis compañeros antifranquistas y yo, éramos su vómito reactivo.

Franco, en la mochila de las élites en su viaje actual hacia la democracia iliberal

Franco murió en cama, tras una agonía valleinclanesca, en la que lo fúnebre y lo grotesco, el tradicionalismo y la modernidad cínica se confundían. El libro autobiográfico del rey emérito tiene, en medio de tantas anécdotas prescindibles, una rara virtud: traducir con ingenuidad su agradecimiento y su lealtad de fondo al dictador que restauró en su persona la monarquía.

¿Se puede ser rey durante muchos años y permanecer ingenuo? Parece ser que sí: Juan Carlos de Borbón aún no ha entendido lo que le ha pasado y se desnuda en el libro intentando enseñar su perfil atractivo, como si este gesto bastara para exorcizar sus sombras. Es muy significativo, por tanto, que él mismo, en su perfil maquillado, subraye el respeto que siente por Franco y su visión de España.

Éste es el testimonio más alto posible de lo que siempre han sostenido la extrema izquierda y el nacionalismo catalán y vasco. El propio rey emérito les da la razón: la democracia se construyó sobre los cimientos de la España de Franco: el ejército, el sistema judicial y funcionarial, las élites económicas y sus vínculos con las grandes empresas estatales (que después Aznar privatizaría, rejuveneciendo a la clase dirigente).

Este entramado, que define a las élites españolas de ayer y de hoy, no solo quedó perfectamente respetado, sino que, superada la prudencia de los primeros años, recuperó con Aznar la retórica, los valores y la voluntad de imperar de forma indiscutida. Lo están consiguiendo. Ahora viven una crisis interna de liderazgo, pero de la suma de PP y Vox saldrá un bloque de poder incontestable que intentará (y me temo que conseguirá) decantar la actual democracia hacia la línea iliberal, nacional populista, que se expande con Trump por Occidente.

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El antifranquismo moderado eligió el pacto con los franquistas para construir la democracia sobre la base de la reconciliación. Creíamos sinceramente (también ingenuamente) en ella. Los catalanes la practicábamos desde 1947 (entronización de la Virgen de Montserrat) y el partido comunista desde 1956. Defendíamos la reconciliación porque la guerra civil no puede fundamentar un orden moral democrático. Pero detrás de nuestros cánticos ingenuos (Espriu y La pell de brau ) anidaba la impotencia: Franco murió en la cama y tuvo un entierro faraónico.

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