El fin de semana coincidí con un grupo heterogéneo formado básicamente por emprendedores y médicos en unas charlas sin luz ni taquígrafos donde se habló de muchas cosas. Entre los asistentes, no todos catalanes, surgió el debate sobre la figura de Pedro Sánchez. De hecho, ha habido pocos presidentes del Gobierno en España que hayan despertado tanta animadversión y que a su vez –seguramente en contraposición con las fuertes críticas que recibe– susciten amplios apoyos. Bueno, la famosa polarización.
El debate suele centrarse sobre quién podría ser su sucesor al frente del PSOE y el nombre de Salvador Illa aparece en todos los pronósticos. Llama la atención que la mayoría de los catalanes interpelados coinciden en señalar que esta opción es imposible por el origen del actual presidente. Un catalán no podrá ser nunca jefe del Ejecutivo de España, dicen. En la historia de España, han existido figuras como Joan Prim, Estanislau Figueras o Francesc Pi i Margall que han tenido altas responsabilidades de gobierno, pero tras la recuperación de la democracia en los años setenta hemos tenido dos castellanoleoneses (Suárez y Zapatero), dos madrileños (Aznar y Sánchez), un andaluz (González) y un gallego (Rajoy).
El president catalán, Salvador Illa
En este intenso debate, que no tiene ninguna fuerza demoscópica y entiendo que pueda parecer anecdótico, los no catalanes sí que se mostraron convencidos de que un ciudadano nacido en Catalunya podría llegar perfectamente a la Moncloa. Que sería algo normal.
Pues bien, no sé hasta qué punto tienen razón, cuando el Gobierno de España se ve motivado a poner un anuncio gigante en un edificio céntrico de Madrid con una lona que dice: “Poder posar un anunci en català enmig de la Gran Vía”. El mensaje, colgado ayer, forma parte de la campaña institucional España, 50 años en libertad, que reivindica derechos constitucionales y valora la “fortaleza democrática” que refleja la pluralidad lingüística y territorial del país. Viendo las dificultades que se han encontrado para el uso de las lenguas oficiales en el Congreso y las que hoy todavía perduran en Europa, no sé si esta normalidad está tan asumida por toda la población.