Fenómenos monstruosos

En el mundo cultural mediático llevamos casi un mes colonizados por el lanzamiento de dos creaciones: el disco de Rosalía y el premio Planeta de Juan del Val. No sigo a ninguno de los dos, lo que me permite hablar de ellos no como creadores, sino como fenómenos mediáticos que me llegan aunque no quiera: los tentáculos del marketing digital son inescrutables y se cuelan hasta el último reducto. Quienes sentimos aprensión ante los excesos virales de la publicidad, experimentamos inevitablemente una aversión al producto de moda inversamente proporcional a la adhesión que la campaña pretende crear: según aumenta la magnitud del fenómeno, disminuye nuestro deseo de oír hablar de él.

Rosalía posa en la alfombra roja de LOS40 Music Awards Santander 2025 en el Roig Arena de València

 

JORGE GIL / Europa Press

Y la magnitud de estos dos acontecimientos publicitarios ha sido casi monstruosa. A diferencia de otros lanzamientos bomba que generan debate y polarización de opiniones, ambos han obtenido un consenso casi unánime. En el caso de Rosalía, un consenso positivo: la inmensa mayoría de las críticas son elogiosas. En el de Juan del Val, un consenso negativo: una mayoría aplastante de opiniones son demoledoras, sean de críticos profesionales o de lectores comunes. Sin duda se trata de dos fenómenos de distinto alcance, el primero global y el segundo nacional. Y también de autores muy diferentes: la primera es una profesional de la música, ha vivido por y para ella. El segundo es un profesional de algo, no sé muy bien de qué.

Hay consenso positivo por la obra de Rosalía y consenso negativo por la de Juan del Val

Pero ambos lanzamientos tienen algo en común: la expectación creada por la viralización de contenidos ha sido tan explosiva que el producto que se promociona es casi lo de menos: queda ensombrecido por un marketing que ya no se desarrolla a escala humana.

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A poco que nos interese consultar cualquier noticia en línea, nos vemos sometidos a un acoso publicitario nunca antes conocido. De forma directa, indirecta, disfrazada de entrevista o enredada en las redes, una plaga de contenidos intrusivos trata de desviar nuestra atención al son que toca el algoritmo de turno. Y como la publicidad solo entiende de beneficios (no de calidades), amplifica con el mismo ímpetu lo bueno, lo malo y lo regular. Si somos permeables a la moda, algo crédulos o manipulables, demasiado gregarios o demasiado jóvenes, da miedo pensar qué nos pueden llegar a vender. O peor aún: a regalar.

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