“Les importa tres pollas en vinagre”, dice quejoso de sus señorías el presidente del Senado, Pedro Rollán (PP), tras su intento de hacerlas callar y sin darse cuenta de que el micro está abierto.
Tres gallinas, y no una. La expresión queda un tanto extraña tan cuantificada. En las redes hay quien se apresura a remarcar que es una exclamación granadina. Pero lo cierto es que se dice por todas partes, y que si se dice es en singular. Esto es, una, y no tres. La RAE recoge la expresión en el diccionario: “una polla, o y una polla: exprs. Malson. U. Para negar enfáticamente lo que se ha dicho”. No la pluraliza. Tampoco la pone en conserva.
El presidente del Senado, Pedro Rollán.
Habrá que recurrir a herramientas más sofisticadas. Una búsqueda en X, paraíso de los odiadores y enciclopedia de lo malsonante, tendría que resolver la duda. Nada de nada: desde su creación el 21 de marzo del 2006 hasta A. R. (Antes de Rollán) solo constan 89 tuits en castellano que avinagran tres. En catalán, peor: solo un comentario escabecha tres.
Así que hay que pensar qué impulsa al presidente del Senado a decirlo de esa manera para completar la trinidad genital que una vez, hace mucho, empezó a forjar el PP con Federico Trillo con su popularizado “manda huevos” y que marcó el camino a los “coñazo” de A znar al Parlamento Europeo y de Rajoy confesando a Javier Arenas lo que pensaba de los desfiles militares.
Han hecho falta casi treinta años para completar el triángulo, pero todos sabíamos que no hay dos sin tres y que tarde o temprano caería. ¿Pero por qué añade el tres a una expresión ya existente? ¿O por qué no son cuatro? ¿O cinco? ¿O seis?
1. Su grado de mosqueo es superlativo y el primer número que sugiere una cantidad exagerada es tres. No hace falta ir más allá y recurrir al cuatro para buscar un sinónimo de demasiado o de mucho. Es la misma razón por la cual hemos pasado de buscarle cinco pies al gato a buscarle tres.
2. Dota de un tono más explosivo una frase que por sí sola ya lo es. Tres es monosilábico, se dice rápido y estalla en el paladar, aunque el vinagre al final de la frase ralentice y agrie el ritmo.
3. Por contaminación o influjo de otras expresiones. “Me importa tres pitos”, “me importa tres pimientos” o “me importa tres narices” son mucho más habituales en castellano.
4. Influjo también por el hecho de que tres es un número estereotípico, culturalmente interiorizado y multipresente. Nos pasamos tres pueblos, no vemos tres en un burro, no acertamos ni a la de tres, decimos tres cuartos de lo mismo, lo hacemos cada dos por tres, tres veces ha condenado la Audiencia Nacional al PP por corrupción por la Gürtel.
En todo caso, al tuitero le da igual que se escabechen tres o una. Con la expresión de Rollán constatan que el Senado, como “pesebre inútil” (@javidegali) y cámara vacía de sentido, está llena de políticos a los que les importa poco lo que hacen. Y constatan también que la Cámara Alta es donde los partidos envían a todos aquellos a los que hay que agradecer los servicios prestados. Vaya, que tres y dos son cinco, y que al fin y al cabo, Rollán solo ha puesto número a una evidencia: que urge una reforma del Senado para dotarlo de funciones reales. Y nada de cambios de tres al cuarto si no quieren sus señorías que lo eliminen y, entonces sí, las hagan callar.

