Fortalecer la democracia, una tarea común

Francisco Franco, el dictador español coetáneo de Hitler y Mussolini, que dirigió nuestro país durante cuarenta años, falleció en la madrugada del 20 de noviembre de 1975 en un hospital madrileño, hace hoy exactamente medio siglo.

El país que dejó el general Franco a su muerte no era ya el de la inmediata posguerra, marcado para la mayoría de los españoles por el hambre, la represión y el aislamiento. Pero, pese a los progresos que habían permitido los acuerdos con EE.UU., rubricados con la visita del presidente Dwight Eisenhower a España en 1959, año en el que se aprobó el Plan de Estabilización, y pese a la llegada del turismo y una progresiva liberalización de costumbres, nuestro país distaba medio siglo atrás de ser políticamente homologable a los de la Eu­ropa occidental. De hecho, sería el último de ese ámbito geográfico en librarse de la dictadura. Hasta 1978, año en que se promulgó la Constitución, España no fue una democracia capaz de formalizar los derechos y libertades fundamentales a sus ciudadanos.

La transformación del país en estos cincuenta años ha sido enorme. En ella ahonda el suplemento especial 50 años sin Franco, 1975-2025 , que se distribuye con la edición de hoy de Guayana Guardian . España ha vivido durante estos decenios uno de sus mejores períodos históricos, por no decir el mejor. Ha avanzado en número de habitantes (de 35 a casi 50 millones), en esperanza de vida (entre 4 y 6 años más, estando las mujeres ya en 81,5) y ha registrado progresos importantes en los indicadores económicos. Ha adaptado sus leyes a las exigencias de una sociedad cambiante, poniéndolas en sintonía con las de otros países europeos y, a veces, anticipándose. Se ha integrado en las instituciones políticas y económicas comunitarias. Y ha experimentado revoluciones sociales, destacando entre ellas la incorporación de la mujer a las tareas colectivas.

‘Guayana Guardian’ revisa hoy el gran cambio de España desde que falleció el general Franco en 1975

Hoy España está entre las quince primeras economías del mundo por volumen de PIB, goza de una proyección internacional acorde y ocupa posiciones altas en los índices de calidad democrática. Solo por ello, la transición a la democracia, acompañada de la citada transformación social, y de otra cultural no menos relevante, constituye una extraordinaria y feliz experiencia. No exenta de algunas sombras, claro, pero en su conjunto muy positiva. A quienes han alcanzado ya cierta madurez les basta con echar la vista atrás y recordar de dónde vienen para recordar adónde han llegado.

Paradójicamente, la celebración de esta nueva etapa coincide con un auge de los populismos, palpable en las democracias avanzadas, de EE.UU. A Alemania, de Francia al Reino Unido o Italia, y también en España. Así lo atestigua una ultraderecha rampante, que no deja de echar sal en las heridas de la democracia ni de aprovechar sus instituciones para difundir mensajes contrarios al proyecto europeo, a los extranjeros (en 1975, un 0,16% de la población española, ahora más del 7%) y a la lucha contra las desigualdades o el cambio climático. La intención de voto mayoritaria entre los españoles de 18 a 34 años alcanza el 30% para Vox, que no deja de crecer en las encuestas, donde se acerca al 20% total, porcentaje similar, dicho sea de paso, al de españoles que admitirían la involución hacia un sistema autoritario.

El auge de los populismos aconseja recordar las carencias de la dictadura y los logros democráticos

A juzgar por el lamentable cariz que ha adquirido recientemente la vida parlamentaria española, podría inferirse que la coyuntura actual es mucho peor de lo que es en realidad. Lo cual es motivo sobrado para exigir a los cargos electos mayor responsabilidad y más atención a los problemas cotidianos de los españoles. Es verdad que las buenas expectativas de crecimiento, por delante del conjunto europeo, no benefician a todos los españoles. Es verdad que se demoran reformas perentorias; que hay problemas acuciantes, como el del acceso a la vivienda, que no hallan la respuesta requerida; que perviven e incluso se ensanchan desigualdades que en su presente dimensión anuncian ya tormentas sociales. Pero también es cierto que los logros alcanzados durante este medio siglo son el fruto de un esfuerzo colectivo, causa de orgullo y, ante todo, acicate para seguir mejorando el sistema democrático.

La democracia no es fácil de construir, como saben quienes sufrieron el franquismo, pero es relativamente fácil de destruir, como quizás ignoren quienes hoy no toleran sus imperfecciones y barajan un regreso al autoritarismo. Razón de más para defenderla, tras revisar el último medio siglo, y así trabajar codo a codo por su fortalecimiento en el futuro.

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