Bailar ideas

La semana pasada fui a ver un espectáculo de danza. El programa era prometedor: “Esta pieza –aseguraba– denuncia el sistema patriarcal violento y apunta a sus zonas frágiles”. Y eso no era todo: además de una denuncia política, los intérpretes iban a bailar una lección de historia (“evoca la dictadura portuguesa”) y otra de filosofía (“rechazando el universalismo ingenuo”).

Al salir, los cuatro amigos opinamos lo mismo: había sido un espectáculo precioso, pero no habíamos visto por ninguna parte el patriarcado, la dictadura portuguesa o el universalismo, fuera ingenuo o astuto.

Escena del espectáculo de danza 'The room where it happens'.

 

TEATRO LÓPEZ DE AYALA / Europa Press

Yo no sé por qué tantos artistas se empeñan en endilgarnos explicaciones de sus obras. Si, total, al final será el público y la crítica quien decidirá cómo interpretarlas. Véase el caso de Lolita. Que Nabokov declarase que había querido retratar a “una pobre niña de la que han abusado” no impidió que la novela se leyera durante décadas como “una gran historia de amor” (en palabras del famoso crítico Lionel Trilling), la de un cuarentón solitario y noblote trágicamente enamorado de una femme fatale de doce años… O véase el ejemplo, francamente divertido, del expresionismo abstracto, esos grandes cuadros compuestos de manchas de pintura que hacía, por ejemplo, Jackson Pollock.

No sé por qué tantos artistas se empeñan en endilgarnos explicaciones de sus obras

Pollock reconoció lisa y llanamente que no pretendía dotar a sus obras de ningún significado. Pero daba la casualidad de que, en plena guerra fría, Estados Unidos necesitaba un baluarte artístico que oponer al realismo socialista de la Unión Soviética. Políticos, críticos, mecenas… se encargaron de atribuir a aquel montón de manchas el sentido que les convenía. Eisenhower calificó el arte abstracto de “pilar de la libertad”, Rockefeller de “la pintura de la libre empresa”, Vogue fotografió a modelos de alta costura con un Pollock de fondo, como santo y seña de una élite rica y sofisticada, y lo más cómico de todo: en España, que, como aliada de EE.UU., apoyaba también el arte abstracto, en su versión española, se dijo que conectaba con “nuestra tradición mística y espiritual”. Lo cuenta Ramón González Férriz en La otra guerra fría.

Lee también

Catolicismo sin literatura

Laura Freixas
Escena de la película 'Los domingos', de Alauda Ruiz de Azúa

Yo, de los cuadros de Pollock, opino lo mismo que cierto crítico americano (al que nadie le hizo el menor caso): que son perfectos como estampado de corbata... Por cierto, esta noche voy a ver otro espectáculo de danza, descrito así en el folleto: “Diez bailarines exhiben el poder de la conexión entre la gente y la acción común”. No tengo remedio.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...